Como sucede cada seis meses, Ermenegildo Zegna organizó la presentación de su nueva temporada, en esta ocasión correspondió a su colección deportiva ZZegna.
Ese mismo día fui a la boutique de Polanco a escoger unas corbatas, donde me atendió de maravilla una de las nuevas shoppers de la tienda, María Cecilia, una mujer preparadísima con estudios en marketing y comunicación que la han convertido en una excelente vendedora, y estoy segura de que llegará más lejos en este negocio con tan buena actitud y excelente conocimiento de la marca que vende.
Me explicó las cualidades de cada una de las líneas de corbatas y me mostró que en la colección Z Zegna son más angostas “porque son más juveniles”, mientras que las EZ tienen una seda de gran calidad, con forro al reverso, “con target para edades de 30 a 45 años”, y que las Premium “son para hombres con mucho mundo y alto poder adquisitivo”, elaboradas con una sola vista en seda, sin forro, “con una calidad todavía superior a las anteriores”, que ya es bastante.
Así hasta da gusto comprar ropa para caballero.
Entre Juanchi y Enrique Rubio
Toda aquella explicación me dejó pensando en cómo es realmente el hombre Zegna. Uno de sus embajadores es Juanchi Torre, que me encanta, es súper guapo, divertido, tiene mucha onda y además es un gran promotor de la moda mexicana; tiene su estilo muy personal que respeto y celebro; simplemente creo que el hombre Zegna es otro perfil que no se asemeja al suyo.
Creo también que hay personas como Enrique Rubio, otro cliente de la marca, que son más sobrios y menos atrevidos; a veces lo encuentro un poco aburrido porque no juega con colores y usa el mismo look una y otra vez. Entre uno y otro hay un abismo, y en medio de ese abismo está, en algún sitio, el hombre Zegna que ambos podrían ser.
Con esto quiero decir simplemente que, si buscas un estilo muy tuyo, juega con él; un total look Zegna puede ser tan lúdico y atrevido como quieras. Es como si yo mañana me instalo en el clasicismo cuando sé perfectamente que el mandamiento “menos es más” cero va conmigo; soy estridente, soy too much y me gusta, porque así es mi personalidad. ¿Tengo cosas clásicas? Sí, pero siempre lo combinaré con mis fucsias, mis flores o mis holanes.
¿Cómo creo que es el hombre Zegna? Ni aburrido ni estridente. Por eso insisto en poner de ejemplo a su gerente de marca, Toni Benítez. Siempre lo digo aunque no salga en la tele, no vaya a todas las pasarelas y no sea famoso. Es divertido, es atrevido, pero nunca pierde la sobriedad característica de la elegancia de Milán.
Nada más en esta nueva colección destacaron los amarillos, pero en la tesitura del balance; para lo demás ya tenemos los jacquards de Etro, ¿no creen? Soy fan del hombre Zegna. Punto.
Todo esto lo cavilé mientras me tomaba un par de old fashions de Johnnie Walker Blue Label, servidos durante el evento, al igual que ron Zacapa que degustaba mi amigo Arturo Escobar, porque, total, el estilo y la belleza son subjetivas, y seguramente por eso no me tiré por la ventana cuando conocía Irina Shayk, porque, como sea, “yo tengo lo mío, Arthur (dije al tercer whisky)” y una siempre debe “buscar su propio estilo aunque no parezca supermodelo (dije al quinto canapé)”.
Comer como romano
Tengo que confesar que desde la visita de Irina Shayk me entró la depresión…pero en lugar de inspirarme para ponerme a dieta y meterme al gimnasio tres horas al día para tratar de verme más delgada y hermosa, decidí que nuuuunca me voy a ver como ella y mejor me lo pasé de comidas esta semana.
Así es, queridos lectores, ¿a quién quiero engañar? ¿A ustedes? Pero si ya me conocen. Podré ser o no católica y apostólica, pero lo que es un hecho es que soy tan viciosa como un romano: puros, pastas, carnes y vinos. ¿Existe algo más?
Hipócritamente, decidí que podría comer gourmet estilo japonés, así que me fui a conocer el nuevo menú de Nick San en el hotel Marquis Reforma; digo, para noser tan descarada, ¿no?
Lo nuevo de Nick San
Lo que más los hace diferentes de otros restaurantes japoneses es la importación de ingredientes desde el meritito Japón; hasta los palillos los traen. ¿El objetivo? Que la calidad del arroz, particularmente, sea similar a lo que comerías en Japón, excepto los pescados, porque en México tenemos grandes variedades frescas. El 80 por ciento de lo que cocinan se importa, pues.
Algo notable en los platos es que no utilizan soyas sino que crean una salsa específica para cada platillo. Pedí una trilogía de sashimis: uno de salmón, un hamachi a curry súper picosito, un pescado Karago, acompañados de un suave sake Kikumasamuno, que me permitió disfrutar los sabores sin dañarme la lengua.
Luego me ofrecieron una trilogía con Carne Serranio, pollo Teriyaki y pescado a la cacerola, el objeto era subir de intensidad en los sabores, así que maridé con un clásico tinto Matarromera crianza, con mucho cuerpo para los sabores untuosos de esta presentación.
Baje la guardia
La idea del chef residente Salvador Martínez es proponer un menú de degustación de cuatro tiempos, en el que cada charola lleva una trilogía que se debe comer en el orden presentado, con “una pizca de salsa o guarnición”, y no discriminadamente.
Personalmente, no me gusta que me digan cómo y en qué orden debo comer, pero creo que hay cocinas muy especializadas en las que vale la pena bajar la guardia y escuchar al chef; cocinar es una forma de arte y si bien hay cocinas rústicas que no requieren indicaciones, las hay más detalladas, como ésta.
El chef propietario es Ángel Carbajal, quien junto con el chef Masayuki Niikura crearon el restaurante Nick San en Los Cabos en 1993. Aunque tenían otras sucursales, la que se hizo más famosa en la Ciudad de México fue la de Marquis, cuando la abrieron en 2012.
Comer al estilo rústico
Luego de la experiencia sensorial que me brindó Nick San, me fui en la misma semana a Rustic Kitchen, en la Condesa, porque mi depre post Irina estaba a todo lo que daba (especialmente cada vez que me veía en la misma foto junto a ella), así que me dejé ir y le dije al chef Philip Davie que no escatimara…
Yo creo que al contarle mi historia le di lástima porque prefirió prepararme un menú ligero con carpaccio de portobello (¡delicioso!) y carpaccio de atún con sandía y chile, que logra una mezcla dulce y explosiva al paladar.
El platillo más “pesado”, según él en su mente fue el Spaghettini al camarón, con pasta delgada del día hecha en casa, servida en un plato patentado por el restaurante, que tiene una hondura que cancela el uso de la cuchara para enredar los spaghettis (se vende, pregunten por él, está divertidísimo).
Luego me sirvió un risotto con un suave salmón cocinado a término medio. ¡Estaba suculento! Pero me faltaba lo que realmente quería y lo que me hace comer hipócritamente sashimis y carpaccios; la razón por la que realmente me mido en los platos fuertes y las guarniciones: el postre. Nada es mejor que eso para mí. Puedo comer pescados y aceite de oliva diario, pero no puedo decirle que no al postre.
Ni por Irina.
Al escuchar mis lamentos, Philip puso delante de mí un soberbio buñuelo con nieve de vainilla y sirope de cajeta con tequila. ¡¡Era un ángel convertido en comida!! ¡Gracias, chef!
El chef Davie es de Louisiana, nada menos que de Nueva Orleans, que es uno de los pocos, poquísimos lugares en los Estados Unidos que puede considerar que tiene una cocina local, que se remonta a los orígenes franceses de la ciudad, convertidos luego en comida cajun, como la que me promete y me promete y luego me promete y nada mi querido amigo Nicky Bourque, oriundo también de Louisiana y gran cocinero, como casi todos los hombres respetables del sur.
En fin. Sigo cavilando si debo hacer dieta o no (con un chocolate en la mano).
¡Nos leemos la próxima semana!
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