Chirrrriiinnn…..Sonó la última chicharra del colegio, avisando que las clases llegaban a su final y con eso empezaba el verano. La SEP nos daba dos meses de vacaciones; pobres papás, les caía el chahuiztle y toda su descendencia que reclamaría mucha de su atención. Nos decían uschale con la mirada.
Con mi playera autografiada por todas partes por mis amigas y compañeras de clases, feliz agarré mi portafolio Samsonite con sus múltiples usos; uno era para aventarte encima de él por las escaleras, otra lanzándolo como frisbee por los aires y otro como escritorio para copiar la tareas antes de entrar a clases. En verdad no sé cómo James Bond o el agente 86, no tenían uno de estos valiosísimos instrumentos. En fin, salí destapada como alma que se la lleva el diablo: ¡empezaban las vacaciones! Qué emoción no saber, en los muchos días por venir, ni qué día ni qué hora sería.
Ese año, mis papás tenían pensadas unas vacaciones a la playa, emocionados lo iban platicando en cada reunión y en general agarraban buenos consejos, menos con la tía solterona-enojona que te señalaba que las vacaciones te llevaban a la pereza. En mis adentros contestaba, pus la envidia también, ¡no los dos son pecados! Lo que esa tía necesitaba era un retiro espiritual, pero en Miami. Además, ella recitaba que lo único que nos íbamos a llevar a la tumba sería lo vivido, pus con más énfasis a vivirlo sin desenfreno… ya después nos confesaríamos. La única decisión importante en ese momento era si se debería tomar asiento de ventana o pasillo o en qué parte del coche me acomodaría para el trayecto, zafo enmedio. Si esa tía supiera que lo que ha marcado mi vida es salirme de mis coordenadas, viajar a donde me lleve el viento. Lástima que lo mío no son los tatuajes, si no, me tatuaría todo el cuerpo con sellos de países visitados y si voy a tirar la toalla que sea en la playa, un paseo por la misma calma el alma instantaneamente me pongo en modo descanso: ACTIVADO.
Llegaba el día esperado. Para ir a Acapulco eran 9 horas de trayecto, sin aire acondicionado, sin cinturones de seguridad y con todo el coche lleno. La señal de la radio, pasando Tres Marías, se moría, por lo que a falta de su música empezaban los cánticos familiares desafinados, desde: “un elefante se columpiaba…”, “una mosca parada en la pared, en la pared, en la pared”. Y así, la íbamos conjugando con todas las vocales. La que más risa daba es cuando llegabas a “unu muscu purudu un lu purud…”. Adivinanzas, juegos verbales como el “veo, veo, que vez..”, llegaban las curvas y con ello las aplastadas y apretujones, algunas paradas para estirar las piernas o ir al baño. La ida se nos iba de volada y en un dos por tres ya andábamos por Tierra Colorada, síntoma inequívoco de que ya estábamos a 2 horas de llegar a Acapulco. A partir de allí, comenzaba la pregunta a papá de ¿en cuánto tiempo llegamos?, pregunta que, para su desesperación, hacíamos cada 5 minutos, hasta que nos llegaba el olor a mar, entonces ya sabíamos que en el mar la vida es más sabrosa, en el mar todo es felicidad….
Mi mamá llenaba la maleta a reventar, de 90% de ropa que no nos poníamos. Nos la llevaba por si llovía, por si acaso hacía frío. Era la maleta chiripa.
Llegábamos a la playa, pero antes pasabamos de refilón una bola de changarros. Como peregrinación, los vendedores ambulantes vendiendo ostiones, cocos, quesadillas de cazón, tamarindos, conchas caracoles, helados, dulce de algodón… todo a la venta entre una aglomeración de perros, comida, ropa, vajillas, excursiones y los famosos Parachutes. Me daba risa como decían: “¡duyuguanaraiindeparuchuteguerita!” Yo creo que Jeff Bezos fue a pasar sus vacaciones a Acapulco y de ahí nació la idea de Amazon. No faltaba el clásico señor echándose un coyotito y una mosca dándose un clavado dentro de su boca. La bola de viejas chismosas echando chal en short y playera riéndose de todos a los que revolcaban las olas, los niños moviendo la panza, bailando al estilo Shakira (seguramente ella también adoptó muchos de sus famosos pasos de algún viaje a ese paradisiaco puerto).
Antes de meternos a nadar, mi mamá nos ponía una capa de 2 ml. de bronceador, que nos dejaba como gasparín, para después comprar el aceite de coco local que vendían en la playa; ese sí te tatemaba. El mismo frasco tenía doble uso, uno para la salsa Tabasco y después se rellenaba con el famoso aceite de coco, quemaduras de 2do grado nos hacía el mentado, el remedio era una receta que no puede faltar en una familia mexicana que se precie: clara de huevo.
Agarraba mi cubeta para construir castillos y enterrar a mis parientes, buscando cuál de ellos sería mi próxima víctima, pero realmente lo mío era la adrenalina de las olas revolcándome, tragándome toda el agua de mar a tal grado de bajar el nivel de la marea, (ahora cuando me pongo las gotas de sterimar me hacen los mandados), saliendo de ellas quién sabe cómo, dejándome una infección de oído y peinados únicos que después de meses, la arena seguía instalada en mi coco. Horas y horas en el mar, el triunfo era salir con el traje de baño lleno de arena como si fuera pañal, lo más increíble, era que de tanta agua la piel se te hacía de viejita. Así pasaban los días entre ir al Cici, ver la bahía de noche, que parecía un nacimiento, ir al parque Papagayo, los clavadistas de la Quebrada, en el hotel El Mirador. Mi lugar favorito para cenar era la Vaquita Feliz y mis regalos eran que mis papás fueran a tomarse unos cocteles que incluían unos paraguitas que se abrían y cerraban o una espaditas que tenían una cereza o una aceituna, yo me sentía pirata pinchando a todo el que se aparecía.
Se nos iban los días rapidisimo y acababan las vacaciones en la playa, nos entraba la nostalgia de lo vivido, solo el recuerdo y las fotos alimentaban que el próximo año seguro volveríamos otra vez a Acapulco. Ya me veía otra vez jugando alegremente con adivinanzas, en familia: “llevo años en el mar y aun no se nadar…..”
Texto e ilustración hecho por Natalia Gleason Alcantara, escríbeme y envía tus comentarios a natsart68@gmail.com
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