Por Natalia Gleason Alcantara
Noooche de paz, noooche de amor… Hoy me levanté y me pregunté ¿pondré el árbol? ¿haré las galletas de navidad? ¿compraré regalos? ¿cómo festejaremos el 24? Entre tanta curva y semáforo, ya me mareé, solo quiero pasar una Navidad como lo hacía antes; empiezo a soñar.
Tengo 7 años, comienzan los preparativos de las posadas, es una época que me fascina porque cumplo en diciembre 8 años, ya lo tengo todo preparado: me he portado fatal todo el año, pero a partir del 2 de diciembre me convierto en angelito. Pienso que esta Navidad si me van a traer la Lagrimita, con su sillita para comer y su bañera. Nada más espero que Santa no me esté vigilando y haya visto que me colgué de las trenzas de Paty la hija de mi madrina.
Todo era felicidad: la puesta del árbol, con las guías de luces que cada año se fundían, escuchando el tocadiscos a lo lejos “Pero mira como beben los peces en el río…”. Jugábamos a aventarnos la espuma que se le ponía al árbol para que pareciera que estaba nevado; yo creo que años después la Cofepris sacó del mercado a la dichosa espuma por inflamable y venenosa.
Mi papá nos lleva al centro a disfrutar de la iluminación y a ver si por fin nos sacábamos fotos con unos Santacloses con unas barbas de algodón más feos que pegarle a Dios (una disculpa a tan ilustres caballeros que intentaban ganarse algo de dinero trabajando de manera honesta, pero ahh caray, en verdad que habían unos realmente horrorosos).
No les cuento de las posadas con esas piñatas de barro con forma de estrella rellenas de fruta. En estos tiempos estaría de moda una piñata vegana: mandarinas, jícamas, cañas, tejocotes, cacahuates y colación la componían. Era una ironía, porque cantaban “mide la distancia que hay en el camino” y la mendiga piñata te descalabraba, se rompía y empezaba la granizada de la colación, la misma que llevaba 5 años de antigüedad, pasando de una piñata a otra. Si te atrevías a masticarla, te rompías una muela o quedabas chimuelo. En fin, te aventabas a codazos y tropezones por la fruta, que ya estaban aplastadas las mandarinas con los tejocotes que mojaban a los cacahuates y la colación y las únicas que se salvaban eran las cañas, que cuando no las comíamos parecíamos Tohuies pandas comiéndose un bambú; las deshojábamos con la dientes, escupiendo la corteza (ni pensarlo en estas épocas de Covid), para chupar el dulce jugo de la caña. Lástima que no existiera el hilo dental, porque por días traías la caña entre los dientes.
Llegó el día tan esperado: mi mamá en el ácido. Lástima que no existieran los cursos de inhala y exhala. A las 5 ya estábamos bañados y desparasitados. No faltaba la peluca Pixie en la cabeza de mi mamá, de pelo sintético, esperando alguna chispa para quemarse en un segundo. Todos listos para ingerir las 7,000 calorías que nos esperaban en la mesa. Pasábamos de visitar a los abuelos, después a misa, eso si mis papas muy listos cargaban con los pijamas para todos lados, no fuera a ser que los niños se durmieran y antes de eso nos empijamaban (la Real Academia de la Lengua debería considerar incluir esta palabra (inexistente) como un verbo, porque cómo lo conjugábamos).
Siempre era el mismo menú, que con los años nos fue gustando: ese bacalao que parece un pescado momificado, lo pastoso de los romeritos y el pavo sin cabeza y sin patas con botas de aluminio, eso sí muy pechugón, presumido el condenado se adornaba con sus manzanas, pero siempre en mi pensamiento lo único que quería era ver cómo dejaba Santa Claus los regalos… el sueño me vencía.
Y llegaba el 25, me levantaba y decía: ¡me cachis! otro año que no pude ver a Santa Claus. Bajaba despavorida, a mil por hora, para ver la flamante y anhelada Lagrimita, con todos los aditamentos que había pedido y pensé: “qué bueno que me funcionó, me tengo que portar bien hasta Reyes, porque tengo una lista interminable que les vnoy a pedir a ellos”.
Vuelvo al tiempo presente, es 22 de diciembre cambio mi chip en mi cabeza y me pongo en modo OMMM apaciguante, tomo aire y repito 3 veces ¡¡¡MEE VALEEE MADREEES!!!, salgo despavorida pero antes me armo hasta los dientes, tapabocas-careta-lentes-gel dispuesta, a buscar un guajolote, pavo real, pierna o lo que se me cruce en el camino, hoy mi familia y yo tenemos salud, ¡Arriba el ánimo del grupo! Dejando así de claro que esta Navidad será recordada para siempre, será una Navidad COnVIDeada, así que Salute!!!.
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