“¿No me da para mi Calaverita?” o “¡Queremos Jalowuin, con todo y calcetín, si no nos dan dinero haremos cochinero!”. ¿Suena a confusión o solo soy yo? Se empalman los días, que nos hacen bolas dos tradiciones, vampiros chupa cabras, brujas, momias, calacas espiritiflauticas. ¿Qué te pasa calabaza que de tanto dulce y tanto susto? ¡ZAAS! Nos da un coma diabeticooooo. Acuérdense que de muertos y tragones están llenos los panteones.
El primero de noviembre me preparo para mi viaje del Mictlán con mi perrijo Xoloitzcuintle. ¿Ustedes creen que pueda encontrar el camino con sus altares con ofrendas fakes hechas de cerámica o de plástico? Vamos a ver… desglosemos el altar: cempasúchil de papel, panes de muertos que parecen que jugaron encantados porque se convirtieron en rocas, las chelas sin abrir (¡hasta creen! que vamos a cargar con un destapador), el vanangloriado mole fermentado de días me causa acidez. No entiendo por qué demonios me ponen agua si es para bañarse, el copal me da alergia y no falta el insípidotejocote que anda de colado en todas las fiestas. Eso sí, se me hace agua la boca con la calabaza en tacha que, cuando me acerco, está llena de moscas… en fin, yo solo vengo para saber que pasó con…
¿La llorona habrá encontrado a sus hijos? Hay de mi Lloronaaa, Lloronaaa de azul celeste. Deberían de darle denominación de origen, porque en toda América Latina se la pelean. Su verdadero nombre: Carla Tuesta de Soldevilla, esposa de un hombre infiel de yerba mala nunca muere, pero que murió convirtiéndose en un fiel difunto, que se dice que muerto el perro se acabó la rabia ¡pero no! Carla, alias La Llorona, según esto no tenía ningún mal, solo un alemán que le coqueteaba a su mente, un tal Alzhheimer, jugándole chueco, la confunde y no se acuerda si perdió o ahogo a sus hijos. No entiendo cómo no llamó al Locatel al 6 58 11 11, que responde las 24 horas del día, además de que te informa y orienta.
A La Llorona la muerte le llegó y la flaca se la llevó, hasta el día de hoy deambula por la ciudad. En ésta época de cuarentena solo ve anuncios de “Quédate en casa”. Ella, confundida y preocupada, ya cansada de tanta alerta Amber, solo se le ocurre buscar a sus hijos por internet, dando avisos por Twitter y Facebook y contaminada de tanta iMac, anda diciendo iWey, iNanita, iMishijos, ¿iChance, de que los encuentre? y ya en la alucinación le responden: iMaldita, iCabróna! Si tu los mataste. Ella, desolada, contesta: ¡iNoMamen!.
Cuenta la leyenda que La Catrina era una mujer de cascos ligeros, que no andaba de parranda, pero si de mosca muerta con un enamorado. Ella tenía la idea de que lo viajado y lo bailado nadie se lo quitaba. En un descuido, con un resbalón, se dio un nucazo… ni el sana, sana, colita de rana bastó. En un dos por tres estiró la pata, dejándola con ojos de plato, tiesa y con las manos engarrotadas.
Le probaron varios ataúdes y ninguno le quedo de su talla, debido al tamaño de su sombrero garbancero. La acompañaron al funeral un ejército de paleras que no tenían vela en el entierro. Ya saben el dicho, que mujeres juntas solo difuntas. No dejaban de parlotear y de rezar, se distinguían por ser católicas, criadas a punto de rosario.
La Catrina escuchaba a lo lejos: “Acuérdate de tus hijos Mengano, Zutano y Perengano, a quienes llamaste de este mundo a tu presencia” (méndigos nombres que escogió para sus hijos). Pero realmente lo único que la acongojaba en ese momento es quién le iba a tocar de vecino en el cementerio. Acuérdense que el muerto y el arrimado a los tres días apesta y ahí si se iba a quedar una eternidad despierta, escuchando las quejas y lamentos del que le tocara cerca.
Elegante, llegó La Catrina al panteón, mas muerta que sencilla. No se acordaron de ponerle una cobijita. Ella ya no aguantaba vara y a dos metros bajo tierra menos. Hacía un frío que escarchaba los huesos, a la pobre le llegó su destino y en deforme calavera se convirtió de tanto ayuno que se echó. En su tumba dice; “Aquí yace y hace bien, ella descansa y yo también”.
Y de pronto se aparece la calaca tilica y flaca, con un virus extraño que al mundo acechaba, que con quedarte en casa y con un tapaboca te salvabas. La baraja se echó, con ello apostó y a muchos inocentes se llevó de un jalón hasta el panteón. Para cuando llegó, la puerta se cerró, no la dejaron entrar porque el cubre bocas dejó, ella pensó: “más vale aquí corrió que aquí murió, los muertos al cajón y los vivos al reventón”.