Pocos artistas como José Guadalupe Posada han reflejado la vida mexicana de una época, con sus caricaturas y bocetos como crónica satírica.
Al cumplirse 102 años de su muerte (20 de enero de 1913), vuelven a tomar notoriedad personajes como La Catrina, y recobran valor sus litografías con escenas costumbristas y caricaturas sociales inspiradas en el folclore mexicano.
Había nacido el 2 de febrero de 1852 en el barrio de San Marcos, Aguascalientes, hijo de Germán Posada Serna y Petra Aguilar Portillo.
Se inició en el dibujo satírico siendo un joven, y a causa de las audaces ilustraciones que aparecieron en la publicación local “El Jicote”, tuvo que abandonar su ciudad natal.
A los 17 años ingresó al taller profesional del reputado maestro Trinidad Pedroso, y sus primeros pasos públicos fueron en la prensa gráfica como dibujante, después de que su mentor logró introducirle en el mundo del periodismo.
Posada ganó una plaza de maestro de litografía en la Escuela Preparatoria de León, en la que permaneció durante cinco años desarrollando la actividad didáctica con lo que le gustaba en realidad, la litografía comercial.
Su llegada a la Ciudad de México, con 35 años, se inició con la apertura de su propio taller, colaborando con el impresor Antonio Venegas Arroyo (1850-1917).
Elaboró cientos de grabados para numerosos periódicos como: “La patria ilustrada”, “Revista de México”, “El Ahuizote”, “Nuevo siglo”, “Gil Blas” y “El hijo del Ahuizote”, entre otros, abordando experimentos como la utilización de planchas de cinc, plomo o acero en sus grabados.
Fue considerado como uno de los precursores del movimiento nacionalista mexicano en las artes plásticas, junto con artistas de reconocimiento internacional como José Clemente Orozco, Diego Rivera o Leopoldo Méndez.
Posada, a través de su obra, le dio vida a innumerables calaveras y esqueletos, con los que el artista ejerció una aguda crítica social del México de finales del siglo XIX e inicios del XX.