La vida le ha dado mucho a la holandesa Tru Miller. Y le ha sacado otro tanto. Fundó con su esposo Donald la bodega Adobe Guadalupe en el Valle ídem,cumpliendo así un viejo sueño del ex banquero que vendió todo para dedicarse al azaroso negocio de los vinos, una tarea que requiere paciencia como ninguna otra.
Era 1998 y los 60 acres de viñedos donde la uva se trata con cuidado de orfebre son el testimonio de un trabajo a conciencia que le ha permitido a Miller obtener varios galardones tanto en México como en España.
Hablar de Tru en primera persona es referirse a una ausencia añorada: la de Donald, quien falleció el pasado 13 de septiembre.
Contar que los vinos de Adobe Guadalupe llevan nombres de ángeles y arcángeles es honrar la memoria del hijo de la pareja, Arlo, que murió, muy joven, en un accidente automovilístico.
Tru Miller, lingüista de profesión, amante de los caballos y como tal dueña de un haras en el que venera el equino azteca, su raza preferida, ha debido ponerse al frente de su empresa respetando los designios del azar y de una vida, que como la de cualquier ser humano, tiene blancos, negros y grises.
Los vinos que elabora Adobe Guadalupe, Kerubiel, Serafiel, Gabriel, Miguel, Uriel, se presentan en variedades como el Cabernet Sauvignon, Merlot, Nebbiolo, Cabernet Franc, Tempranillo, Shiraz, Chenin Blanc, Zinfandel, Mourvedre, Cinsault, y un poco de Viognier y de Moscatel.
Actualmente, el responsable de los vinos es el joven enólogo chileno Daniel Longberg, quien antes trabajó para bodegas Paralelo con el famoso experto en vinos mexicano Hugo D’Acosta.
¿Cómo es este panorama donde tiene que mostrarse, sacarse fotos, dar entrevistas?
Bueno, no me gusta para nada, pero lo tienes que hacer porque cada vez la competencia es mayor. Debes salir a promover tus productos, te guste o no te guste.
El panorama para los vinos mexicanos no es muy bueno, según un informe de The Economist dado a conocer recientemente
Es que tenemos un problema muy grave y es el del agua. Cada vez tenemos menos agua y eso ha hecho que las inversiones remitan. Pero no está sólo el Valle de Guadalupe para hacer vinos, también están San Vicente, Ojos Negros, así que mi visión al respecto es optimista. Poco a poco la gente va a volver a invertir.
¿El Valle de Guadalupe está agotado?
Sí. Si no tenemos suficientes lluvias en la próxima temporada, vamos a estar en problemas. Ojalá llueva. Todos nuestros riegos son artificiales, no hay riego natural.
¿Cómo se metió en esta aventura de los vinos?
Era mi esposo, Donald, el que toda su vida había querido un viñedo. Así que un buen día vendió su banco en los Estados Unidos y así empezamos.
¿Se sintieron pioneros en ese momento?
Sí, sin duda. Cuando llegamos al Valle de Guadalupe sólo estaban L.A. Cetto, Domecq, Xanic y Santo Tomás. Adobe Guadalupe, digámoslo así, es la bodega más grande entre las pequeñas y la más pequeña entre las grandes. En términos de producción nacional, ocupamos el puesto siete.
¿Cómo ve la política de exportación de los vinos mexicanos?
Lo que pasa es que trabajamos esencialmente para el consumo local. Es poco el remanente que queda para exportar. La exportación es un fenómeno más o menos reciente que irá creciendo con el tiempo.
¿Es un problema el precio del vino mexicano?
Sí, sin duda. Pero tiene que ver con que los impuestos son muy caros. El gobierno mexicano no es como el argentino o el chileno y le brinda muy poco apoyo a la industria vinícola local. Siempre estamos en trato con las autoridades nacionales para buscar mecanismos que ayuden al sector, pero se hace difícil, porque el vino es visto todavía como un artículo de lujo.
¿Y vale la pena apoyar la industria vitivinícola nacional, hay futuro allí?
Sí, sobre todo en los valles alternativos al sur de Ensenada que te mencionaba al principio. Hay bastante agua allí. Hay un futuro precioso para el vino mexicano.
Su esposo quería un viñedo, ¿usted también?
Lo que yo quería es un criadero de caballos, que por suerte también tengo. Trabajo con la raza azteca que es el Caballo Nacional de México. Pero como mi esposo falleció y tengo una hija para nada interesada en los vinos, tuve que hacerme cargo de la bodega. Siempre me ha gustado el vino. Soy europea, donde se toma siempre, pero debo confesar que no tenía la pasión de mi marido y ahora sí.
¿Te ha resultado difícil ser mujer en el mundo del vino?
Para nada. Nunca he tenido problemas en tal sentido. Tampoco por ser extranjera. Cuando vine a México ya era una mujer madura, con bastante experiencia; por otro lado, los mexicanos han sido increíblemente amables conmigo y a menudo me dejan hacer lo que quiero. Lo único que falta es el agua, el resto todo bien.
¿Qué te ha enseñado el vino?
A tener paciencia. Es un oficio donde tienes que invertir mucho dinero al principio y durante los primeros cinco años no recibes ninguna compensación económica. La fabricación del vino te enseña el valor de la paz, del amor. Tienes que esperar tres años para que la uva madure, luego dos para que se guarde el vino en las barricas y no puedes vender nada durante cinco años.
¿Cuándo nació el primer vino de Adobe Guadalupe?
Fue en el 2000. Servimos la primera copa entre amigos, invitamos también a algunos enólogos y sommeliers. Estábamos muy nerviosos, a la espera de que nos dieran su veredicto. Por suerte, lo aprobaron. Ahora tenemos dos vinos tintos, uno rosado y dos vinos blancos. Nuestra línea top es la Arcángeles y luego tenemos la línea Jardines…
¿Por qué el nombre de ángeles?
Porque cuando estábamos pensando en comprar un viñedo, lo íbamos a hacer al principio en California junto a nuestro hijo, Arlo, quien luego falleció en un accidente automovilístico. Cuando llegamos a México y comenzamos a buscar un nombre para nuestros vinos, pensamos en él. Creemos que él nos envió a México. Era un muchacho lleno de amigos y creo que ahora los arcángeles son sus amigos.
Así que la vida le ha dado y le ha quitado mucho
Efectivamente, lo podríamos decir así. Pero así es la vida para todos y tenemos que vivirla tal como venga.
El vino es motivo de celebración y señal de que la vida sigue
Así es, fundamentalmente porque el vino es algo vivo, que se transforma a cada instante. Claro que nos encantan los gin tonic, los Martini, pero no dejan de ser destilados. El vino, en cambio, es impredecible, mágico, siempre cambia. Tenemos, por ejemplo, el vino Rafael, un cabernet con nebbiolo…ayer justamente lo estábamos probando y yo dije, es tan joven todavía, necesita una media hora más antes de ser abierto…así lo hicimos. A la media hora era un vino muy diferente. El vino hace lo que quiere.
Las pasiones de Tru Miller
– La poesía de Rainer Maria Rilke
– Las novelas de Isabel Allende
– La ropa práctica y funcional
– La música clásica
– El champagne Taittinger
– El mezcal Lucifer que maneja su propia bodega