Hombre de los medios, apasionado por la literatura, licenciado en Filosofía y amante contumaz del boxeo, suele hacer gala en forma provocadora de su incorrección política, defendiendo a veces causas como el derecho a gustar de las corridas de los toros, sacudirle el polvo a las viejas ideas de la izquierda nacional y abogar porque se deje de “humanizar” a las mascotas, volviéndolas a su lugar natural de bestias amigables.
Se esté de acuerdo o no con sus ideas, siempre es placentero y movilizador hablar con el afable Julio Patán, un hombre inteligente y culto, casi erudito, que ejerce la tolerancia sin ningún esfuerzo ante el interlocutor de turno y que manifiesta con claridad sus pensamientos sobre las cosas de la vida y de la profesión.
En charla con Masary.tv, Julio desgrana su historia de fracaso académico y de éxito en los medios de comunicación, defiende al Canelo Álvarez y abomina de los vinos chilenos. También, y hay que creerle, niega ser un “nerd”.
¿Eras un nerd en la infancia, de esos que se la pasaban leyendo libros?
Sí leía bastante, pero también cultivaba un aspecto muy físico. Entonces pasaba mucho tiempo en la calle, jugando al futbol, al béisbol, luego hice taekwondo, hacía carreras de atletismo, basquetbol…siempre fui muy activo y eso me separó de la etiqueta del nerd. Y luego pasó que fui un pésimo estudiante…
¿También en Literatura?
Es que soy de Filosofía, que es una carrera que nunca debí haber seguido. Terminé la primaria y toda mi vida académica fue un desastre total. Pedían aplausos para mí los maestros cuando acreditaba las materias. Y en Filosofía fui un desastre, tuve un maestro inglés muy brillante que me quería mandar a Oxford y fue simplemente imposible. Estuve becado en el Instituto de Investigaciones Filosóficas y resulté una catástrofe total. Creo que compensé mi mal desempeño en la academia leyendo mucho.
¿No te destrozó psicológicamente ese hecho de ir defraudando una a una las expectativas puestas sobre ti?
Muchísimo. Cuando vienes de familias ilustradas y con un nivel académico como el de mis padres, aspiran a que tú de alguna manera sigas ese camino, pero yo no estaba capacitado para eso. La academia es una cosa con códigos muy especiales, con formas de competencia muy especiales, no es sólo llegar con tu presunto talento o con la disciplina que no tuve e intentar hacer carrera allí. Hay que seguir ciertos protocolos para los que fui incapaz y eso me generó una angustia brutal. Mi desarrollo profesional fue un poco la respuesta a esa angustia.
Los académicos suelen mirar con cierto desdén y por encima del hombro a quienes desarrollan su carrera en los medios…
Sí y también con una profunda envidia. Hay algunos académicos de pura cepa, de verdad los hay. Mi madre, por ejemplo, que es lingüista, es a la vez una persona que tiene cero pretensiones mediáticas. Pero casi todos los profesores que pasan por mi programa de televisión y los que no pasan pero que tienen ganas, sienten de alguna manera que ellos deberían estar ahí transmitiendo la enorme profundidad de sus conocimientos a la humanidad y no un improvisado, un amateur, como yo.
La diferencia, creo, entre un académico y un “comunicador”, que es una palabra que odio, es que ellos nos escuchan. El trabajo del periodista, en cambio, consiste en escuchar…
Es que alguien, no sé quién, convenció a la sociedad de que la verdad y la profundidad mayor del conocimiento están en la academia. Algo que me parece palmariamente falso, sobre todo cuando hablas de Humanidades o de Ciencias Sociales. La ciencia juega de otra manera, pues requiere formas de rigor académico distintas.
¿Cuándo obtuviste tu primer trabajo en los medios?
A los 20 años. Con un camarada de armas de la Facultad de Filosofía, Horacio Ortiz, cuyo suegro era el director del suplemento de cultura del periódico El Nacional. Durante muchísimos años mi padre, Federico Patán, hacía crítica literaria en el periódico Unomasuno, así que también pesaba su sombra. Comencé en El Nacional haciendo reseñas literarias y de ahí pasé al Dominical, que dirigía Rafael Pérez Gay, de quien aprendí muchísimo. Con mi amigo Fabrizio Mejía hice un pésimo trabajo en la editorial Cal y Arena, como editor, pero digamos que encontré un cauce por allí, en el trabajo peor pagado de todos. Tuve una muy desafortunada estadía en el periódico Crónica con Pablo Hiriart y luego trabajé un largo rato en Letras Libres, con Enrique Krauze, tanto en México como en España.
¿Cómo fue la experiencia de dirigir la revista DF?
Muy dura. Aunque vista a la distancia la encuentro positiva porque conocí a mucha gente, pero era muy difícil hacer esa revista. Había muy pocos recursos, no se le pagaba a los colaboradores, lo cual complicaba muchísimo el desempeño del editor. No funcionó. Salí agotado del mundo de las revistas y por suerte la televisión me salvó.
¿Comenzaste en Canal 22?
Sí. Comencé haciendo una intervención quincenal, muy cortita, con Fabrizio Mejía en el Noticiero Cultural. Luego, convocado por Jorge Volpi, hice el programa Entrelíneas, que derivó en El Letrero. Salió bastante bien, era un programa de libros. Y eso me salvó de la chamba editorial. Yo estaba en el freelance, que como sabes es muy “perro” y tener un ingreso fijo, aunque magro, fue muy bueno. También trabajé con Volpi en el Homenaje Nacional a Carlos Fuentes. Era un trabajo pesado, muy bien pagado, pero temporal, así que no me permitía renunciar a todo lo demás…escribía en revistas, colaboraba en el noticiero, daba clases y luego coordinaba el homenaje, fue un año de locos. Luego ya me hice cargo del noticiero del 22 con Laura Barrera y fue cuando me llamaron de Televisa, donde llevo ya tres años largos en Final de Partida, con Nicolás Alvarado. Ha sido para mí una gran cosa, por la libertad de movimientos con la que se trabaja.
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LOCO POR EL BOX
Una de las aficiones más acendradas de Julio Patán es el boxeo, del que es casi un experto y a menudo habla con conocimiento de causa. Lo practica también, una vez a la semana, con mucha disciplina.
¿Podrías haber sido boxeador?
El boxeo exige una capacidad de sufrimiento que no estoy seguro de poseer. Aunque creo entender lo que hay adentro de un boxeador, es decir, la excitación de los guantes, la confrontación, la mirada al adversario…no es sólo un tema de adrenalina. Alcanzar la sofisticación técnica que exige el boxeo representa un camino muy duro que al final provoca mucha satisfacción.
¿Qué te pareció la pelea entre el Canelo Álvarez y Floyd Mayweather Jr.?
Voy a decir algo muy raro, con lo que la mayoría de la gente no va a estar de acuerdo: no creo que el Canelo haya peleado mal. Lo que creo es que tenía enfrente a Mayweather y ese tipo es el demonio. Se trata de un boxeador inexpugnable. Creo que en la historia del boxeo no hay otro caso de un pugilista exitoso menos lastimado.
La historia del boxeo argentino tiene un ejemplo de ello en Nicolino Locche…
Sí y nosotros también tenemos a Ricardo “Finito López”, que era un maestro en ese sentido y que se retiró invicto y limpio… La escuela mexicana del boxeo es muy técnica y a la vez muy agresiva. La pelea de Mayweather fue efectivamente una cátedra, pero no a un mal boxeador, sino a uno bueno, como el Canelo, a quien le faltan tres o cuatro peleas de rodaje para ser más competitivo.
Yo cambiaría a todos los entrenadores del Canelo…
Yo también. Creo que para un demonio de movilidad como Mayweather, los entrenadores debieron darle un poco más de movilidad al Canelo, que se vio pesado en el ring.
Además, no estudiaron bien al rival…
No, el Canelo no lo vio nunca. Se presentó con valentía a hacer una pelea muy complicada, después de haber sido acusado muchas veces de ser un bluff…
LAS REDES SOCIALES
Entre otros fenómenos generados por las redes sociales, se dio el de opinar sobre la pelea sin que se supiera nada de boxeo…
Las redes sociales son ambivalentes. Por un lado generan un espacio de libertad imposible incluso de censurar, por problemas técnicos, salvo que vivas en Corea del Norte o en países así. Por el otro, las redes sociales constituyen la censura de la multitud. La noticia desinformada que se va haciendo “viral”, como se dice ahora, la multiplicación del error, de la injusticia, que han tenido un efecto terriblemente nocivo para el periodismo. Se confunde a menudo la opinión pública con el periodismo, que es un oficio con sus protocolos, sus técnicas, sus métodos. Las redes sociales no están hechas por periodistas talentosos que no han encontrado trabajo en los medios convencionales, sino por ciudadanos que en general opinan multiplicando errores…
Googlear y tener el dato exacto no es hacer periodismo. Uno siempre quiere la nota perfecta, pero si en una de esas te equivocas en el año de nacimiento de alguien, eso no tiene nada que ver con la esencia de la nota…
Por supuesto. La violencia brutal con que la gente se dirige a los demás, es tremenda, amparada por otro lado en nicknames.
Ahora bien, creo que no es culpa de Facebook ni de Twitter; la podredumbre de las redes sociales es la de la gente, no de las herramientas de Internet…
Totalmente de acuerdo. Son un reflejo tecnológicamente poderoso de lo que somos en la vida. Ahora resulta que como somos poderosos tecnológicamente para expresar lo que pensamos, nos convertimos en sabios y podemos opinar de todos los temas. Ese es el gran equívoco.
Además, no tienes que andar diciendo todo lo que piensas, hay cosas que deben quedar en la esfera privada…
Por supuesto. A las redes sociales, por mi incorrección política, las he padecido muchísimo y lo contrario al mismo tiempo. Cuando alguien te dice genio o cosas así en las redes sociales, no hay que creerlo. El nivel de violencia puede ser alucinante y asusta porque das por sentada la civilidad que luego brilla por su ausencia.
NOS HEMOS VUELTO UNA ESPECIE DE MINORÍA RELIGIOSA
Tal vez la humanidad sea cada vez un poco más estúpida y comience a caminar para atrás para no pisar los insectos por eso del amor a los animales. Quizás la falta de proteína animal en muchos cerebros del tercer milenio, esté causando desastres en nuestro modo de vivir…
Pienso mucho en la relación que mucha gente tiene con sus mascotas y me horrorizo. Se trata de una relación absolutamente patológica; ha habido un proceso de humanización de los animales y los hemos equiparado en derechos, cuando no es así. No tienen los mismos derechos que los humanos, son animales. Tienen que tener derechos, pero diferenciados. Una muestra clara de estupidez. Creo sinceramente que se nos han reblandecido las neuronas. Creo que son formas no asumidas de la religiosidad.
Todos en busca del Dios Vegano…
Claro, buscar la trascendencia en un plato de arroz integral. En México se pondera las culturas prehispánicas con un gran fanatismo. Las llamadas culturas indígenas no son un modelo de civilización, fueron corruptas y violentas. Es absurda esa idea de las comunidades idílicas…
Ni hablar del léxico de la corrección política, el famoso “los y las”, los niños que no viven en la calle sino “en situación de calle”, que no se pueda decir indio o negro…
Desde luego que no quiero ser de ninguna Ong.
EL MAPA DE RUTA DE JULIO PATÁN
5 libros que hay que leer:
• Mis rincones oscuros, de James Ellroy
• Si esto es un hombre, de Primo Levi
•Los relámpagos de agosto o Dos crímenes, de Jorge Ibargüengoitia
• Nocturno de San Ildefonso, de Octavio Paz
•Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey
5 discos que hay que escuchar:
• El Álbum Blanco, de Los Beatles
•Rain Dogs, de Tom Waits
•Cualquier disco de Erik Satie
•Una buena antología de Billie Holiday que incluya sí o sí el tema “Billie’s Blues”
•Black Music for White People, de Screamin’ Jay Hawkins
5 películas que hay que ver
•El Padrino I, de Francis Ford Coppola
•Toro salvaje, de Martin Scorsese
•Amarcord, de Federico Fellini
•Sunset Boulevard, de Billy Wilder
•El verdugo, de Luis García Berlanga
LAS MARCAS DE JULIO PATÁN
•Camisas: Thomas Pink
•Zapatos: Weston y Camper
•Vaqueros: Siempre Levis
•Calcetines: Estridentes siempre, no pueden ser lisos
•Tenis: Converse, aunque por la forma de mis pies no siempre me funcionan
•Camisetas: Soy abierto, pero que tengan un estampado
•Boxer o calzoncillo: Boxers Calvin Klein
•Trajes: Hugo Boss. No me gustan mucho los Armani
•Ropa en general: Aunque a veces se pase de barroco posmoderno, me gusta bastante la ropa de Adolfo Domínguez
•Afeitado: Gel Gillette, Espuma de afeitar Noxzema, rastrillo de triple hoja de Gillette
•Perfume: Ralph Lauren y Hugo Boss
•Plumas o relojes: Me gustan las plumas y los relojes, mucho, pero más las plumas
•Reloj: Tengo un Hugo Boss muy bonito
•Autos: Tengo un Toyota Corolla, muy funcional, muy buen coche. Me gusta el Minicooper antiguo y aunque BMW nunca fue mi marca favorita, cuando me subí a un BM debo decir se siente todo muy diferente, es decir, podría ser tranquilamente mi marca favorita. Tengo cierta debilidad por los Mustang de antes.
•Bebida preferida: Vino tinto. Muchos españoles, muchos argentinos, algunos australianos y ningún chileno. Últimamente he comenzado a apreciar algunos vinos mexicanos, pero el problema del precio me frena mucho. Aunque para todos los días bebo felizmente el Nebbiolo de L.A.Cetto y no es un vino caro para nada.
•Tecnología: Tengo iPad, son más MAC que PC. Uso también Samsung Galaxy, que es una versión democrática de Steve Jobs y funciona muy bien
•Comida: No me gustan el tofu ni el hígado de res. Tengo serias dudas sobre la grandeza de la comida de la India, constatadas en Londres, en México, en España, en los Estados Unidos y en la India. Me gusta mucho la comida italiana, cuanto más al sur mejor, me fascina la comida siciliana. La española falla poco. La cocina francesa tradicional. Me gusta mucho la comida mexicana. La comida china amortiguada por los estadounidenses. Un poco menos la japonesa, hago dos guiños a la peruana y a la cocina estadounidense habitual: la hamburguesa, el pay de nuez, el pollo frito y la malteada me parecen grandes cosas. La comida libanesa también me parece una gran cosa.
•Restaurantes: El Contramar, porque saben atacar al marisco y al pescado, no lo ahogan en salsas picantes; La cocina de Enrique Olvera; El Bajío; me gustaba mucho El Danubio, porque es el restaurante de mi infancia, aunque no sé qué cocinan ahora.
Julio Patán (Ciudad de México, 1968) es escritor y conductor de radio y televisión. Actualmente colabora en Foro TV, donde conduce con su amigo y colega Nicolás Alvarado el programa Final de Partida, que ya va por su tercer año de vida.
Ha publicado Entre las sábanas (en coautoría con Fabrizio Mejía Madrid, 1996), Conspiraciones (2005), Para entender a Martín Luis Guzmán (2009) y el Libro negro de la izquierda mexicana (2011).