El famoso cineasta Francis Ford Coppola encontró una propiedad del siglo XIX en Bernalda, el pueblo italiano de donde procede su familia. Palazzo Margherita es su sexto establecimiento. Su primer hotel, el Blancaneaux Lodge, en la selva de Belice, fue antes la residencia familiar donde se escapaba en cuanto podía de Hollywood.
El cineasta lo abrió al público por necesidad, para no tener que venderlo. Casi sin proponérselo, le siguieron dos más en Centroamérica, uno en Buenos Aires, otro en Nueva Orleans y ahora el sexto en el sur de Italia: el Palazzo Margherita, situado a media hora de las playas del mar Jónico.
Su ultimo establecimiento en Bernalda, localidad de donde era su abuelo paterno, es una mansión del siglo XIX que se alza junto a la iglesia y el Ayuntamiento. Reabierta esta primavera, tuvo su inauguración en el 2011 durante la boda de su hija Sofia.
Coppola visitó este pueblo por primera vez en 1962. «Bernalda se había convertido como una leyenda para la familia debido a las sentidas descripciones que nuestro abuelo hacía del pueblo», cuenta el narrador. «Aquel año me aventuré hasta la localidad sin conocer a nadie y pregunté, en el poco italiano que sabía, si nuestros parientes seguían viviendo ahí. Me presentaron a un primo que me llevó a su diminuta casa, donde me recibieron en un círculo de sillas». Tan cálida bienvenida le llevó a volver junto a su familia casi cada año, y a veces por largas temporadas. El encuentro con el palacio, que estaba en estado de ruina, llegaría mucho después. «Un verano acudimos durante las fiestas patronales y una de las últimas sobrevivientes de la familia propietaria, Bianca Margherita, nos dejó entrar para poder ver desde su balcón a la banda de música. Después me enteré de que estaba en venta».
Llevado nuevamente por su instinto, en 2005 se lanzó a comprarlo. «No tengo reglas; sólo me dejo atrapar por los lugares que me gustan a mí en particular, y en este caso el motivo resulta obvio: es el pueblo de mi familia».
La rehabilitación del palacio corrió a cargo del francés Jacques Grange, uno numero uno del interiorismo. Sus característicos toques de color dan vida a seis dormitorios y tres villas en el jardín, decoradas con pompa para hacerse eco de los días gloriosos del palacio. «La primera vez que vi el trabajo de Grange fue en la casa de Yves Saint Laurent en Marrakech (Marruecos) y pensé que se adaptaba muy bien al estilo entre bohemio, informal y lujoso que buscaba para este sitio», explica el director, que ha conseguido que todos sus establecimientos desprendan una atmósfera acogedora más propia de una casa de vacaciones que de un hotel, pese a que, en este caso, se da una profusión de mármoles, arabescos y papeles pintados. «Mi familia es la que hace el examen final, así que los establecimientos tienden a recoger nuestros gustos más íntimos».
Para ello, siguen sus reglas: «El cuarto de baño debe ser mejor que el de tu casa, las camas han de contar con buenas luces de lectura, en la ducha tiene que haber una balda con espacio suficiente para dejar el jabón y tus cosas», enumera Coppola. Los objetos de arte y muchos diseños también los elige la familia -su mujer es una experta en tejidos-, si bien para este hotel se dejaron asesorar por Grange, que aportó muebles diseñados por él. No obstante, su principal labor consistió en restaurar. Así, los fabulosos azulejos del suelo se retiraron para arreglarlos y se volvieron a colocar según el patrón original. También se instaló el sistema de calefacción, del que carecía el palacio.
El cineasta tiene dos rincones favoritos: uno es el dormitorio de estilo tunecino, decorado en honor de una abuela nacida en el país norteafricano, antigua colonia italiana cuya relación con esta región del país siempre ha sido muy intensa. Otro es una habitación oscura presidida por una barra de bar de madera que se trajo desde Turín, donde él desayuna y le gusta tomarse una última copa antes de irse a dormir. Está reservada para los clientes del hotel, no así el restaurante Cinecittà, un antiguo establo abierto al público. Allí se disfruta de productos de temporada traídos de granjas y huertas cercanas que le dan a los platos un sabroso toque de autenticidad.
El jardín del hotel es exquisito, sembrado de buganvillas, palmeras, limoneros y plantas aromáticas que luego se usan en la cocina. En mitad de esta generosa población vegetal, se abre una piscina de 10 x 5 m. «El hotel es un paraíso del que no hace falta salir para nada. Pero si quieres hacerlo, das un paso y te encuentras en un pueblo italiano que está sin contaminar por el turismo. Su gente te recibe como si fueras un vecino más. Es la oportunidad de visitar Italia sin sentirte como un turista», resume Coppola.
Más info: www.palazzomargherita.com