Para los que piensan que en Estados Unidos se come mal, este artículo les propone un delicioso trayecto de costa a costa para terminar con cualquier prejuicio. Este inmenso país nos ofrece, de este a oeste, tantos sabores cómo podamos imaginar.
Para iniciar nuestro recorrido por la gastronomía estadounidense, la primera parada no puede ser otra que la Gran Manzana, es decir Nueva York. Esta ciudad es una fusión de culturas en el que existen todas las comidas del mundo, pero la famosa hamburguesa es el verdadero símbolo de la ciudad. Hay casi tantas como restaurantes, pero en Corner Bistro, en el cruce de la Cuarta Avenida y Hudson, se sirve una de las mejores, acompañada de papas fritas y cerveza de grifo.
Otro gran escudo insignia de New York es el famoso Brunch, esa comida entre el desayuno y el almuerzo para calmar las resacas de la noche anterior o tomarse el día con calma, periódico en mano, los días festivos. Los básicos del menú no suelen variar demasiado: cócteles, huevos benedictinos y café a discreción. Luego toca decantarse entre la sofisticación del Pastis del Meatpacking District, o el el restaurante Sylvia’s, en Harlem, muy popular. ¿Que más podemos pedir en esta ciudad? Todo lo que te puedas imaginar, desde parrillas, restaurantes eco en Brooklyn, marisquerías, templos del pastrami, y más. Por algo Nueva York es una ciudad llena de sabores.
Nuestro viaje continúa por la costa este parando en una ciudad con verdadero encanto. Esa es Boston, abierta al mar y repleta de paseos y rutas por los que recorrerla a pie. Su ambiente universitario, su aire europeo y sus espacios verdes están repletos de fascinantes restaurantes en los que degustar ensalada de langosta, ostras al natural o pastel de cangrejo. Entre los pioneros, está el Union Oyster House, que lleva abierto al público desde 1926.
Más al centro, se encuentra la moderna Chicago, la ciudad de los vientos y de las edificaciones construidas por algunos de los más famosos arquitectos del siglo. Chicago es conocida como la cuna del afamado hot dog, cuyos orígenes se remontan a la Exposición Universal de 1893. Esta sencilla fórmula para saborear caminando, admite tantas variedades como uno pueda imaginar. Desde la simple salchicha entre panes, hasta cebolla frita, pepinillo, queso fundido o incluso foie. Otro de los must de esta ciudad son los steakhouses, donde comer costillas o el t-bone, llamado así por la forma del hueso que queda en el corte de la chuleta. Uno de los restaurantes más conocidos es el N9NE, elogiado en la famosa guía Michelin.
Después de conocer estas tres grandes ciudades y degustar sus más reconocidos platos, decidimos bajar hacia al sur estadounidense, cuya gastronomía es el reflejo de la mezcla histórica de culturas y razas de la zona. La “soul food” conserva la mayor riqueza y diversidad de todo el país. El pan de maíz y el pollo frito son parte de la totalidad de las recetas de las dos Carolinas, Tennesse o Kentucky. En Lousiana, además, aumentan las recetas de comida criolla, con influencias afrancesadas, como la sopa gumbo con mariscos o la jambalaya, con arroz, langostinos, pollo y mucha pimienta. En Texas, la cocina también es mestiza, ya que conjuga productos de la gastronomía mexicana, tan cercana. El resultado es el Tex-Mex, una apropiación de los elementos básicos de las recetas charras, pero con algunas particularidades: un mayor uso de queso en burritos y quesadillas y la sustitución de la carne de cerdo por la de ternera.
Y para finalizar nuestro recorrido gastronómico remontamos por la costa oeste hasta llegar a California, que apuesta ahora por la comida slow, orgánica y bio como complemento al culto al cuerpo y la belleza. Vegetales locales, carnes ecológicas y sándwiches orgánicos hacen las delicias de los californianos, que además nos brindan para acompañar sus platillos, unos excelentes vinos de Napa Valley, tierra de viñedos, en la que visitar bodegas y asistir a catas es parte de la experiencia.