Una de las bebidas más reconocidas en el Viejo Continente es el cognac. Muchos quizás no conocen su milenaria historia que remonta a la antigua civilización, quienes fueron los que heredaron a los franceses el cultivo de la vid en el siglo III de Nuestra época.
Según algunos historiadores, el antecedente más próximo del cognac fue la decisión de los cultivadores galos de almacenar en barricas de roble por largos periodos. En el siglo XVIII, sus vinos destilados y convertidos en aguardientes, por la poca demanda que entonces tenían en el mercado. Fue ese tiempo de almacenamiento en barrica lo que propició que el líquido tomara un color dorado, y que su esplendor y calor se transforman en algo agradable al paladar, con un exquisito aroma.
La bebida más universal de los destilados provenientes del vino, su nombre se lo debe a la pequeña ciudad de Cognac con apenas 20 mil habitantes, ubicada en la región de Poitou-Charentes.
En cambio otros investigadores reconocen que el nacimiento del cognac proviene de los vinos de la región, que inicialmente se reservaban para consumo doméstico, hasta que empezaron a llegar a la región marineros de todo el mundo y los viticultores encontraron en el vino de Cognac una buena fuente de ingresos.
En vista de que los marinos no podían llevar grandes cantidades, los productores decidieron hervirlo para lograr un concentrado que ocupara menos espacio y que al llegar a su destino fuese diluido y vuelto a su estado normal, con lo cual surgió el cognac propiamente.
Sea cual sea su origen, y llámese coñac, cognac o cogñac, diversas maneras de nombrar a este espirituoso, radica en que la destilación de los vinos de Charente, aunque se realiza en alambiques tradicionales, se efectúa dos veces.
Lógicamente, la magia de su encanto no radica solo en su proceso de elaboración, pues en el territorio galo donde se produce coinciden por fortuna diversas características geoclimáticas que le dan a las uvas un sello único. El suelo calcáreo de la región da cabida a una vid sui géneris de la cual salen vinos secos y ligeramente ácidos, los cuales son destilados para obtener este licor exquisito.
No obstante, aunque Cognac es la región por excelencia para producir la bebida, también existen otras zonas de Francia donde se elabora con gran éxito, como Grand Champagne y Petit Champagne, las cuales poseen suelos de los cuales salen productos que engrandecen la fama del cognac.
Y paradójicamente, si bien es la región francesa donde nació esta bebida, han sido algunos ingleses e irlandeses quienes le han dado un sello distintivo en su historia. Tal es el caso del irlandés Richard Hennesy, quien desde 1765 estableció en Cognac su emporio de producción de brandy, aunque ya desde antes en la zona estaban los ingleses de la dinastía Martell, ambos nombres que distinguen hoy al cognac y son reconocidos mundialmente.
Personajes de la historia, han sido embajadores del cognac como Enrique IV, Napoleón Bonaparte, Alejandro Dumas y Edmundo Rostand que jugaron un papel muy importante al difundirla, o por las alabanzas hechas por medio de sus obras literarias.
Se reconoce que todo cognac es un brandy, pero no todo brandy es un cognac, ya que según lo que determinan las leyes francesas el brandy sólo puede llamarse cognac si proviene de áreas bien definidas en el valle de Charente, que rodea al pueblo que le dio nombre a la bebida.
Así, aunque algunos países llamaron cognac a sus brandys, en 1919 el nombre se convirtió en una denominación de origen registrada, por lo que se vieron obligados a cambiar su nomenclatura.
Los artesanos le han dado una forma típica a la botella de esta bebida, la más clásica de ellas es la cognacaise, alta, delgada y de vidrio llano y transparente. Asimismo, tiene su propia copa, en forma de tulipán, ligeramente ensanchada en la base, para que respire cuando se sirva. Así, al verter el cognac en la copa, esta se hace girar para permitir el contacto con el aire y se calienta con las manos antes de llevarla a los labios, para degustar sorbo a sorbo su antiquísima historia.