París acoge al primer Shangri-La de Europa en un recoleto palacete del siglo XIX con privilegiadas vistas a la Torre Eiffel, conocido como el palacio de los Bonaparte que se suma al selecto club de hoteles de lujo formado por nombres legendarios como el Crillon, el Ritz o el George V. El palacete fue mandado a construir en 1896 por el príncipe Roland Bonaparte, sobrino nieto de Napoleón. Sus descendientes fueron sus primeros propietarios y luego pasó a ser propiedad fiscal francesa, vendida en 2006 a la cadena Shangri-La.
Tras tres años y medio de reformas, el resultado es un pequeño y lujosísimo hotel con atmósfera de residencia privada y que mantiene el boato imperial del edificio original, la excelencia en el servicio y las vistas más espectaculares de París desde la zona más residencial del Trocadero.
Es habitual ver llegando Porsches Panamera Turbo o Lamborghinis Gallardo con matrículas exóticas. En la decoración se percibe esa mezcla de detalles y objetos de esta unión asiático-occidental que ha buscado Pierre-Yves Rochon, responsable del interiorismo. Paredes enteladas, estucos dorados, frescos alegóricos originales, cómodas estilo Imperio y Directorio, antigüedades chinas y obras de arte oriental pertenecientes a la colección de la familia propietaria de la lujosa cadena forman parte de una escena discreta y armoniosa.