No son los cinco sentidos con los que nos movemos por el mundo. Son otros y es necesario ponerlos al servicio del placer de catar un vino.
Por medio de la vista podemos percibir su estado (líquido o gaseoso), su aspecto (limpidez, fluidez) y su color y tonalidades. El color nos habla de su edad y estado del vino, y el matiz o tonalidad nos reflejan el grado de evolución del vino.
Mediante el olfato, podemos apreciar sus aromas: primarios (proceden de la uva), secundarios ( provienen de las fermentaciones, alcohólica y maloláctica) y serciarios o bouquet (Aromas de crianza, por reducción o por oxidación )
Con la boca percibiremos los aromas retronasales; las sensaciones táctiles (textura, fluidez, untuosidad), las sensaciones térmicas (temperatura) y las sustancias sápidas (dulce, ácido, salado y amargo.
Por último, la persistencia: la suma del olor, del gusto y del tacto conforman lo que se denomina flavor, el equilibrio y la armonía de estos tres elementos es esencial para que un vino sea persistente. Es el momento de retener en la memoria todo lo percibido.