Su presencia en los estantes y vitrinas de las tiendas gourmet, especializadas en los más exclusivos productos gastronómicos, ha dejado de ser una ‘rara avis’. El uso de oro comestible es cada vez más frecuente en este tipo de establecimientos, bien en polvo o en láminas (su formato más habitual), o bien como ingrediente de distintas preparaciones: postres, gelées de vino, entre otros.
Aunque pueda parecer algo novedoso o el último capricho de multimillonarios excéntricos, el uso del noble metal en cocina es antiguo; se cuenta que incluso los antiguos egipcios ya incluían partículas de oro en sus platos por sus propiedades para la salud.
Mucho más cerca en el tiempo, en los años setenta, el famoso cocinero Gualtiero Marchesi ya popularizó su utilización con su histórico risotto decorado con una fina lámina de oro comestible. Y es que, más allá del sabor (en realidad resulta bastante insípido), uno de los principales fines de este exclusivo ingrediente es precisamente el de embellecer los platos, proporcionarles un toque deslumbrante y sofisticado.