La obra de la artista Rosario López ha girado en los últimos años en el tiempo de lo fotográfico y de lo escultórico al mismo tiempo. La combinación y la fusión de estas disciplinas se han dado en la medida en que lo que propone a nivel de imagen sobrepasa la imagen misma como plano que significa, entrando a un espacio significante. No es en sí una propuesta que se queda en lo bidimensional, sino un “algo” que se empieza a manifestar desde la imagen como una puerta que se abre hacia un espacio sobredimensionado.
Sin dejar a un lado la concepción de objetos, Rosario López ha tratado de establecer un diálogo donde se cruzan preguntas sobre la materialidad misma del objeto, sobre su propia relación con el espacio y sobre la manera como un cuerpo puede habitar o recorrer otro cuerpo son necesidad de hacer un desplazamiento físico. Es decir, lo que podemos percibir en sus fotografías, es la posibilidad de penetrar en ellas y de entender los espacios y los objetos allí contenidos.
359° compila una serie de vivencias e imágenes capturadas en el Salar de Uyuni, en la región del Potosí, Bolivia. Pretende ampliar una idea de límite o borde como asunto orgánico que se expande y contrae en estrecha relación con el individuo. En esta experiencia se sugiere que la percepción que tenemos acerca del horizonte está mediada por factores como el recorrido, la extensión, el tiempo y la duración.
El recorrido por el Salar de Uyuni invita a completar una vista panorámica del paisaje y reflexionar sobre la idea de horizonte, como línea que circunda el territorio y a la cual se le ha asignado una magnitud de 360 grados. En el interior del desierto salino esta medición es difícil de precisar, debido al magnetismo que ejerce la sal sobre la brújula. En Uyuni, las herramientas de orientación presentan un desfase de hasta un grado en relación con la ubicación real en el espacio. Por esta razón, los viajeros confían más en los picos de las montañas que circundan el Salar para orientarse durante el día y en las estrellas para guiarse en la noche. Ésta resulta ser una manera muy particular de hacerse al paisaje a través de elementos que son parte de él como contexto.
La importancia de vivenciar el paisaje como apuesta de un pensamiento escultórico, resulta de una intuición que se gesta para intentar encontrar lugares completamente vacíos, alejados de la cotidianidad y despojados de cualquier rastro arquitectónico. Cuando se recorre un lugar como el Salar, lo que éste evoca es una serie de sensaciones e imágenes que se pueden reunir y reorganizar a través de un ejercicio formal. De esta manera se consolida una nueva experiencia de lugar, a partir de los fragmentos que se articulan en el espacio de exhibición.