Toda propuesta de interiorismo debe ser una solución sagaz a los planteamientos de gustos, necesidades, espacios, medio ambiente y presupuesto de nuestros clientes. Construimos espacios cargados de emotividad que deben plantearnos todo un reto interpretativo, pues los casos de éxito, se construyen alrededor de preguntas correctas.
Es así, que al iniciar un nuevo proyecto de interiorismo procuro hacerme preguntas de todo tipo que me permitan estructurar una solución creativa y expandir no sólo los intereses de mis clientes, sino también mis investigaciones sobre el diseño de interiores como un espacio de reflexión estética.
La primera vez que llegó mi cliente, un joven cosmopolita, para decorarle su nueva casa en la Colonia Roma, lo que “jaló mi ojo” fue la importancia que para él tenía pintar las paredes de su próxima sala en color negro y su interés por el papel tapiz, afirmando que se sentía muy allegado al estilo neoyorkino de diseño.
Nunca nadie, para mi gusto, ha pintado muros con tan exuberante elegancia en color negro, verde botella e incluso bermellón como los ingleses, y bueno, el papel tapiz es por definición británico. En nuestras pláticas comprendí que su historia familiar se desplegaba a través de ciertos objetos entrañables, mismos que llevaría consigo a su nuevo hogar, pero al mismo tiempo, era un hombre arriesgado y sofisticado. Una combinación que me pareció una excelente arcilla con la cual moldear una obra de arte. Él no buscaba un estilo ecléctico donde sumar objetos que le provocaran sentimientos de nostalgia, él buscaba un estilo definido, contemporáneo y que no olvidara su historia, a partir de texturas, volúmenes y materiales.
Se me ocurrió que la fuente en la cual refrescaríamos nuestras ideas sería de aquel Chelsea de la década de los sesenta -innovador y contestatario contra el establishment-, pero lo actualizaríamos con una reconciliación histórica, pues no sólo pretendíamos honrar su propia historia familiar, sino honrar la historia de salvación del Balmori y de la propia Colonia Roma. Un granito de arena para contribuir en la re-construcción de lo estético.
Busqué retornarle texturas, colores, formas, contrastes y contornos originales a esta construcción en la privada que forma parte del edificio concebido en 1922 por el arquitecto Ignacio Capetillo y Servín, en las calles de Orizaba y Avenida Álvaro Obregón.
Una casa, más bien angosta, pero con amplias posibilidades de convivencia a la que le habían ocultado todo rastro de antigüedad. Hablamos de cuatro pisos afrancesados que, a manera de pequeño edificio, separan orgánicamente las distintas actividades de la casa. La escalera es la columna vertebral de la casa, una especie de hilo de Ariadna, por el cual se accede hacia las habitaciones. La escalera es entonces el recibidor que nos guía hacia el sótano transformado en estudio y hacia arriba para llegar a la estancia con espacios bien definidos como sala, comedor, cocina y baño de visitas. Por sus peldaños se accede a los pisos superiores como la habitación principal, el vestidor y sala de lectura. Desde ahí se llega al último piso, con una terraza pensada para compartir con los amigos más cercanos.
Primero, revitalizé las formas y materiales ya existentes, comenzando con la hermosa escalera que había sido neutralizada para cumplir sólo una función utilitaria, debido al tono blanco que la fundía con la pared. Se limpió el hierro forjado y la caoba. La combinación de materiales, incluidas las paredes, me ayudó a pensar en un ambiente a partir de luz, color y formas que dieran la impresión de introducir al visitante a una pintura abstracta. Aproveché entonces los efectos de luces y sombras naturales, laqueando en tono uva el muro superior izquierdo, para darle uniformidad y brillantez. El juego tonal se logra con el domo, que permite durante el día, reflejos que cambian según la hora, y por la noche, con luz artificial cónica y direccionada.
Del espíritu Chelsea retomé los riesgos de combinar una gama tonal saturada sólo con matices primarios y secundarios, porque quería lograr mayor expresividad y emoción.
Por ejemplo, la sala, una habitación relativamente pequeña de unos veinte metros cuadrados, debía ser pintada al menos con un muro en negro, según requerimientos del cliente.
Quería delimitar un ambiente relajado pero chic, como en Chelsea. Resaltando patrones de figura/fondo que propiciaran energía y elegancia. Sólo el negro, en contraste con blanco, hace ese efecto. Pero el espíritu divertido de este Londres arriesgado lo proporcionaron los ligeros toques de color brillante. La profundidad atmosférica la lograríamos con la pared de la ventana pintada en negro, para evocar un efecto á contraluz. Se equilibró dicho resultado, aplicando al muro siguiente un papel tapiz con motivo moaré, imprimiéndole así, dinamismo a la composición.
Los apuntes refrescantes de color son una mesita de cerámica amarilla, las cortinas de terciopelo morado y detalles plateados. Los toques finales de exuberancia, fueron el candil de Murano negro, al que se le forró la cadena con terciopelo, y un cojín para el sofá, utilizando el encaje de un antiguo vestido de la abuela de mi cliente.
El comedor, también un espacio pequeño, debía armonizar con el dramatismo de la sala, pasando a un ambiente igualmente elegante, pero menos pesado a la vista. Los tonos contrastantes, igualmente saturados, fueron plata y verde olivo. Se utilizó papel tapiz de motivos diáfanos en oposición al moaré de la sala, en tonos plata, ocre y olivo. El riesgo lo tomamos en la pared de la ventana, utilizando laca plateada y unas larguísimas cortinas de terciopelo en verde seco para el contraste. El toque divertido fue la lámpara que mi cliente compró ex profeso en Nueva York. Y el acento de color se basa en los distintos objetos que se quieran colocar sobre la mesa.
Fotos cortesía de Erika Winters
El baño de visitas era una visión escalofriante, similar a la del metro neoyorkino en plenos ochenta. Los tonos base eran en rojo y gris metálico, aplicados tanto en paredes como en el mobiliario y lavamanos. Habían disimulado todo trazo original para imponer este frío estilo industrial con muchos espejos como detalle. Retiramos el ángulo de espejos que había sobre el plateadisimo lavabo. Se limpiaron los mosaicos pintados de rojo y se dejaron en su color original: negro.
Fotos cortesía de Erika Winters
Con esa base, trabajamos el contraste dramático, creando un rompimiento de líneas con mobiliario estilo romano, de amplio lavabo y pedestal en forma de columna, manerales de época y rematando con dos piezas que serían el eje de la teatralidad: un espejo veneciano y un candil de la década del treinta. Trabajé la pared principal en tono negro para resaltar al máximo las piezas claras del lavabo y el espejo. La pared negra sólo se trabajó con 2 de los 4 metros de altura para no oscurecer demasiado el espacio.
Para la cocina jugué un poco más con los estilos. Se creó cierta idea industrial, utilizando gabinetes metálicos que rescaté de una antigua casa. Matizé el ambiente con la calidez del estilo provenzal, a partir del color rosado de los mosaicos y mi cliente escogió una tela Tual francesa blanca con motivos pastorales que crearon una cocina más acogedora. Lo complicado, fue el reducido espacio y el mobiliario que debíamos colocar, como es el caso del mueble de trabajo, que en realidad es una pieza de consultorio médico de la década de los 50. Darle el aspecto de cocina industrial, pues requería remplazar su cubierta con aluminio anodizado. Contribuyó también el set de las lámparas en forma de campana fabricadas en vidrio y metal.
…Y por el día de hoy, es todo. Realmente este fue un maravilloso proyecto que da muchísimo para de que hablar, por lo que seguiré describiendo esta gran experiencia en mi siguiente columna para no abrumarlos por ahora. ¡No se la pierdan!
Erika Winters
Erika Winters® Design
Fotos cortesía de Erika Winters