Queridos lectores, mientras muchos de ustedes acudieron a la celebración de los XV años de Lissette Trepaud (digo, la fiesta de Makken Moda con Carolina Herrera), yo me encontraba en un paraíso lejano llamado Nueva Zelanda, lugar al que fui enviada por la revista Esquire para compartir las bellezas naturales de este hermoso lugar con todos los lectores posibles.
Aunque parezca lejano, en realidad no lo es. Son 11 horas desde San Francisco o Los Ángeles (más hace uno a Europa vía Nueva York o estacionándote en el Charles de Gaulle); además, Air New Zealand está de lujo en todas sus categorías, desde turista hasta Premium Class. Pero lo mejor es su capacidad para hacer de todo sitio una experiencia turística inolvidable.
Con decirles que subí a un glaciar de 400 años, caminé por el cráter de un volcán, recogí conchas Pahua en una remota playa virgen y me metí a una piscina de aguas termales sin tener que aventarme 18 horas de carretera, acampar o exponer la integridad. Es posible hacerlo casi todo en helicóptero, si tienes el capital, y si no, de todos modos llegas en un yate…o lancha.
El recorrido de Kate y William
En un grupo de cuatro periodistas fui la única mexicana, acompañada por Matías Lowey, editor de Newsweek Argentina, Daniel Nunes Gonçalvez, del blog Same Same y la revista Tam y Nina Loscalzo, de Top Magazine, ellos dos, de Brasil, además de la agente de viajes argentina Cecilia Allende, a quien la oficina de turismo de Nueva Zelanda nos asignó como guía.
Esto dio por resultado que me dedicara a enseñarles a mis colegas cualquier cantidad de chabacanerías y folclóricas expresiones idiomáticas mexicanas tales como: “ponerle Jorge al niño”, «a Chuchita la bolsearon», “no mamartzzz” y similares, que hubieran sido consideradas sacrílegas y muy criticadas por algunas de mis respingadísimas coleguitas de moda, si hubiera ido alguna de ellas y jurara que nadie nunca en la vida en México diría semejante cosa, al menos en Santa Fe.
Claro que a la hora de reproducir el recorrido real que hicieron Kate y William, los duques de Cambridge en abril pasado, cuando visitaron Queenstown, me comporté en altísima sociedad, y así, pude saber que cuando la duquesa se subió al Jetboat del río Shotover (en la laguna de Cancún tenemos uno, pero este es el original y va a toda velocidad en un río de apenas 9 centímetros de profundidad, ¡miedo mil!), gritó casi igual o peor que yo y le decía a su famoso esposo, “acércate más, acércate”, del mello que le daban los brincos del bote..
Así me lo contó Wayne, el conductor que tuvo la responsabilidad de divertir a los duques, con la presión de traerlos no sólo a ellos sino a su séquito y a los diplomáticos neozelandeses que los acompañaban.
El orgullo por el vino
En esa visita real, los duques fueron a comer a los viñedos de Amisfield, uno de los más reconocidos de la zona, donde tuvieron un brunch de canapés realizados por los chefs residentes, entre los que hay dos mexicanos, se trata de Enrique Todake y su esposa Karina, oriundos de Chihuahua. Después de trabajar con Martín Berasategui en el restaurante de Lasarte, Enrique emprendió la aventura neozelandesa y ahí vive y ahora cocina hasta para futuros reyes. ¡Guau! A ese lugar también fuimos.
La cultura del vino en este país es de imitarse. Apenas tienen 40 años como industria y ya han logrado que sus habitantes consuman únicamente Wines of New Zealand, además de que en los mejores restaurantes y hasta en las suites presidenciales de los hoteles más extravagantes, te ofrecen únicamente sus vinos. Si por ahí alguien osa pedir un vino europeo, le dicen que con todo gusto se lo consiguen, pero que primero les dé una oportunidad, “y nadie se ha quejado”, me dijo el orgulloso William, gerente del Eagle Nest Lodge, donde me hospedé.
Son tan caros como los vinos mexicanos y la explicación es la misma, “son viñedos boutique, con uvas y procesos de calidad, y eso cuesta”. Ojalá aprendamos eso. Es cierto que el nivel de vida es muy alto en este país, los sueldos son muy buenos y apenas son 4 millones y medio de habitantes, pero hay que tomarlos buenos ejemplos, ¿no creen?
Mi amigo el periodista Federico Monsalve vive ahí desde hace 14 años con su esposa Kate y su hija, y aunque disfrutó mucho sus años en México –nació en Colombia, se crió en L.A. y dios sabe cómo vino a dar al D.F.–, no cambia Auckland ni por el Palacio de Buckingham.
¿Quieres ver el glaciar de cerca? ¡Toma un helicóptero!
Pero no es sólo el nivel de vida lo que agrada, o los espectaculares paisajes –lo que siempre oyes de este lugar–, sino lo fabuloso es que puedes tocarlos todos. Como les decía, ¿quieres ver el glaciar de cerca? ¡Toma un helicóptero! Cuando crees que ya triunfaste con verlo a dos metros, resulta que aterrizas en él y haces angelitos en el cielo en nieve fresca a 1500 metros de altura, why not?
En Nueva Zelanda no existe la palabra “no se puede”. Punto.
¿Qué celebs han realizado este tipo de actividades en tan hermoso país? Pues además de los duques de Cambridge, se dice que Angelina Jolie y Brad Pitt se hospedaron con toda su familia en el Blanket Bay Lodge, la única propiedad que existe en una distancia de dos mil hectáreas en Glenorchy, Otago, donde by the way, se hacen los mejores Pinot Noir del país.
Kate y William se quedaron en Matakauri Lodge en esta zona, sobre el hermoso lago Wakatipu, que está a 15 minutos de Queenstown; de hecho es el mismo lago que va desde el centro de la ciudad hasta el pobladosde Glenorchy; inclusive tienen su mini Titanic, un barquito de 102 años que todavía funciona con carbón, recorre el lago de ida y vuelta y ofrece cenas a bordo. Divino.
Matakauri es el lodge favorito de los hombres y mujeres pudientes, como Paulina Fox y su esposo, que celebraron su luna de miel en Nueva Zelanda, lo mismo que Alejandra de la Vega quien fuera presidenta del club de futbol Cobras en los años 90 y actualmente es presidenta de la empresa Almacenes Distribuidores de la Frontera, y una de las mexicanas más connotadas en El Paso, Texas. También es un sitio favorito de lunamieleros, especialmente de la comunidad judía mexicana.
Otro visitante a “La tierra media” fue Emilio Azcárraga, quien viajó con su esposa Sharon y sus hijos hace dos años y se hospedó en el Huka Lodge en Taupo, uno de los lagos más conocidos cerca de Auckland. Por ahí también queda Bay of Islands, donde hay un sitio llamado “The Hole in the rock”, que la verdad se parece mucho al Arco del Mar de Cortés en Los Cabos, con la diferencia de que en NZ lo puedes sobrevolar y aterrizar para explorar el islote.
En Eagles Nest Lodge en Bay of Islands, donde nos hospedamos nosotros, se han quedado miembros de la realeza árabe, y aunque no soltaron prenda, supimos que el señor Karl Lagerfeld también; nos contaban que andaba en shorts (¡en shorts!). “Cuidamos mucho la privacidad de nuestros clientes VIP”, nos dijo el gerente, y es verdad, no te revelan nada, pero nunca falta un chismoso en el pueblo y para su mala suerte yo me lo topé… jeje.
También han pasado por este país Taylor Swift, los Jonas Brothers, Michael Douglas y Bill Clinton, que sigue yendo. Vamos, que es un lugar para disfrutar sin presiones de ningún tipo, porque si algo distingue a los kiwis, es que les vale gorro quién seas; son cero fanáticos, muy prácticos, y aunque les gusta el lujo, lo dan por un hecho en su estilo de vida, por eso nada ni nadie los impresiona.
Kiwi yo te invoco
Hablando de kiwis, este extraño “gentilicio” es utilizado en homenaje a un ave ciega, sin alas y con un enorme pico que usa para cazar de noche. El kiwi es un engendrito de la naturaleza, endémico de este país, en peligro de extinción, y por ello, el gran orgullo de los neozelandeses.
Han de saber que en mi lejana infancia, mi papá me platicaba de su viaje por el Pacífico Sur cuando tuvo su época Gauguin (pintaba por afición y lo hizo muchos años); entonces fue invitado por la Pacific Area Travel Association de San Francisco, para pintar obras en todas las islas de la zona, así que mi casa estaba llena de kiwis de madera, de óleo, de cobre y de que fuera, además de artesanías maoríes. O sea, crecí pensando en kiwis porque los veía por todas las esquinas de mi casa.
Dado el motivo sentimental que me unía al kiwi, apenas llegué y pregunté dónde había uno; todo lo que quería era verlo aunque fuera en cautiverio. Sometí entonces a Marías Loewy a que me acompañara por los bosques de Egales Nest en plena madrugada, a buscar uno.
Nina y Daniel se burlaron media hora de mí y los infames me echaron su mala vibra porque no vi nada. Yo en mi mente juraba que los iba a encontrar por parvadas (bueno, hordas), con mi lámpara cegadora en las manos. Obvio, nadie me dijo que en realidad los kiwis no son ciegos sino débiles visuales y si ven una luz artificial salen corriendo.
Así, pues, a todos lados trataba de encontrar uno, incluso, le vi cara de kiwi a un weeka (otra especie endémica, también sin alas, pero sin el enorme pico), que era mordida por un perro en el sendero de un viñedo. Ni muerto se me apareció el kiwi. El día que fuimos a Te Puhia, un museo maorí al aire libre, entramos a la Kiwi House (una vitrina oscura donde reposan Kenny y Nohi), pero un grupo de japoneses tomaron fotos con flash espantando al mentado Kenny The Kiwi que se escondió entre los matorrales para no volver jamás. Dos intentos fallidos…
Acabé viendo a un kiwi disecado en el War Memorial Musem de Auckland… Disecado. Después supe que en Kidnappers Lodge, propiedad de Julian Robertson, el mismo dueño de Matakauri, hay una granja de kiwis “adulterados”, porque medio ven de día y los puedes tocar. Pero para mi mala suerte (jejejejeje, uy sí, malísima, claro), me tocó quedarme en el super-mega-maravilloso-indescriptible hotel donde se hospedaron los duques de Cambridge y ni modo… no kiwis for me.
¡Haka!
Ante mi dolortzzzz, Matías me escogió un kiwi de peluche en la tienda de los All Blacks, estos regios jugadores de rugby que son los número uno del mundo y que además hacen hakas antes de cada partido. Mi kiwi también hace el famoso haka “Ka Mate” si le aprietas la panza.
Haka. ¿Qué es eso? Pues el grito de guerra de los indígenas maoríes, pobladores nativos de Nueva Zelanda, cuya cultura sigue viva y ha permeado entre los mestizos británicos, quienes a la mínima provocación (sobre todo si ya se echaron unos jaiboles primero), hacen una haka en donde les agarre: la calle, el antro, el aeropuerto o hasta la escuela, porque a los nenes les enseñan también a hacer hakas en la primaria.
Haka por los All Blacks:
Igualito que aquí nos enseñan a cantar la Male Severiana (o cualquier otra canción indígena de su preferencia, querido lector), en las escuelas. Sí, claro…
¿Por qué ir a Nueva Zelanda?
A partir de ese día, mi Kiwi de peluche y yo registramos cada momento de su nueva vida en los sitios a donde la aventura nos lleva. Soy oficialmente la loca del kiwi, quien ya hizo su debut social en la Copa de Polo Scappino BMW por invitación de Sylvia Rivera Jáuregui. Gracias amiga, por invitar a Kiwi.
Por último, diré que regresé tan sorprendida como enamorada, que ya me quería quedar a vivir ahí para siempre y estaba dispuesta a casarme con un kiwi (bueno, una persona, no estoy tan loca por los kiwis…ustedes me entienden), pero nadie me peló y me tuve que regresar; aunque he de confesar que tuve gran pegue con los amigos maoríes, como Mori, guía del museo Waitangi, que me tiró toda la jauría en plena comida y me dejó ca-lla-di-ta de la impresión, porque como nadie me contesta nunca, no me lo esperé. Gulp.
Así que, señores, dejen de desperdiciar sus millones en Japón que ya no es novedad, o en la Polinesia donde el «on water» Bungalow sale más caro que ir a la Luna en First Class, porque Nueva Zelanda es un paraíso visual y sensorial, donde su gente sabe tratar al turismo con su servicio impecable, amabilidad total (y honestidad, nadie se roba las orquídeas plantadas en las macetas de las calles), hay hoteles para caerse de espaldas; pero lo más importante: “nunca dicen que no”.
Como cuenta mi querida guía Ceci, “a los mexicanos les encanta que los consientan”, y me consta que estuve mega consentida y sí, fui la más latosa-pedinche-quejumbrosa-intensa-apresurada del grupo y todas mis urgencias-caprichos-peticiones-nomás-por-no-dejar me fueron concedidas sin reparo, y en todos lados, no crean que por ir de invitada ya la había hecho; en la calle, la gente no iba a saberlo y me trató de maravilla.
Ah, y por favor, tienen que recorrerlo por tierra, no en crucero porque no van a ver nada, y cuando digo nada, es en serio. Los mejores lugares de Nueva Zelanda no están en los puertos de desembarque; además, toman su tiempo en carretera, mar o aire.
Otra cosa importante que debo decir, es que Hobbiton no es lo mejor que hay en la vida; sí, está padre y todos amamos a “El Señor de los Anillos”, pero cuando lleguen a Mildford Sound, ese enorme fiordo de lagos rodeado por imponentes montañas que desembocan en el mar de Tasmania, donde las focas y los pingüinos ojo amarillo (otra especie endémica) reposan, y aterricen en la playa a recoger las famosas y verdaderas conchas Pahua, neta, neta, neta, si no lloran es porque no tienen alma. Ni se van a acordar de que existen los Hobbits. Garantizado.
Nueva Zelanda es el último lugar del planeta antes de la Antártida en el Pacífico Sur. Su verano es de diciembre a marzo y a pesar de que el agua nunca es cálida y hace un poco de frío, la belleza inconmensurable de este lugar (más el bungy de 43 metros, más el Shotover jet, más los cientos de viñedos boutique con sus respectivas etiquetas, más las aguas termales cortesía de sus cientos de volcanes, más los restaurantes deliciosos, más los kiwis, ¡los maoríes!, ¡los guapos hombres y mujeres!), te hace mirar al cielo y simplemente dar las gracias.
Así. Tal cual.
Espero sus agradecimientos el próximo año.
¡Nos leemos la próxima semana!
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