Este Principado está de luto y está melancólico por la muerte de Carlos Gracida. Cuando me enteré estaba de viaje con Sylvia Rivera Jáuregui, RP de Scappino, marca de moda que realiza uno de los eventos de polo top de México, la Copa Scappino; Syilvia es una gran aficionada y organizadora de eventos polísticos.
Nos encontrábamos en Vail, en el restaurante Flame del hotel Four Seasons con otros viajeros. La noticia le llegó por whatssapp. En seguida cambió su expresión y me compartió la mala nueva. No sabíamos nada más, ni cómo ni por qué.
Esa triste información terminó con la alegría de nuestra cena, no solo porque era un gran polista sino porque ambas lo conocíamos, habíamos tratando muchas veces con él y habíamos compartido risas y conversaciones.
Al término de la cena, consulté las noticias y lo supe: tuvo un accidente con su caballo durante un partido. Según las páginas, el caballo fue golpeado por un mazo, hizo un extraño con la cabeza y golpeó a Carlos, quien cayó contusionado e inconsciente. Murió por las lesiones.
Ante la fatalidad del azaroso fallecimiento de un hombre joven y lleno de vida de tan solo 53 años, con miles de planes y actividades por todo el mundo, por supuesto que me entristeció profundamente, pero al mismo tiempo me produjo una sensación consoladora saber que sucedió haciendo lo que amaba.
Como el capitán que se hunde con su barco, el actor que muere en escena, el gran maestro caballista murió con el privilegio de su profesión, de su pasión, de su amor por un deporte que venía en sus venas.
Cuando platiqué con él previo a la Copa Audi el año pasado, me dijo en entrevista: “Sigo haciendo esto a mi edad porque no hay momento más feliz que subirme a un caballo; he pasado cosas terribles, la muerte de mi padre, divorcios, problemones…y todo se desvanece cuando monto la silla. Es la pura felicidad”.
Gracida murió como el rey del polo que era. Fue el mejor jugador del mundo y tenía la modestia de reconocer que ya había pasado su época: “lo fui, pero ya no lo soy, ahora es Adolfo Cambiasso y le debo todo mi respeto por eso”.
Tampoco presumía de sus incontables triunfos y afamados alumnos, como el príncipe William, duque de Cambridge ,ni de su amistad personal con Carlos, príncipe de Gales. Le gustaba contarlo si uno lo preguntaba, y las anécdotas corrían con una gracia encantadora que nunca sonaba a vanidad.
Carlos Gracida era consentido de la Reina Isabel II, él mismo le obsequió una espuela Gracida Polo luego de que le echó porras en la cuarta Copa de la Reina, que por fin ganó en 2004, luego de siete finales perdidas. Gracida era una súper estrella en el deporte de la realeza.
Su padre fue un gran maestro, al igual que su abuelo, Gabriel Gracida, quien era el criador de caballos del presidente Manuel Ávila Camacho. El linaje Gracida es por sí mismo realeza deportiva mexicana, además de Carlos, su hermano Memo también fue un campeonísimo con récords que todavía hoy son inalcanzables. Las enseñanzas de los Gracida se han extendido con los hijos de Carlos y Memo, y por generaciones de polistas jóvenes de nuestro país.
Pero quizás lo que más me gustaba de Carlos era su enrome y franca sonrisa. Siempre era encantador, saludador, carismático y parecía feliz. Ojalá que lo haya sido, porque tuvo una vida de rey y una muerte de rey.
En aquel texto para el que lo entrevisté, lo llamé “el Pelé del polo”, y no exagero. Lo visité en la Hacienda Tecamac, Dennise Casanova me prestó a su chofer, Juanito, para irlo a ver. Estaba emocionadísima por poder ver entrenar a una leyenda del polo.
Entré a su casa, lo vi montar en solitario y luego de una grandiosa plática me mostró cómo se cambiaba de caballo a caballo en un solo salto, “que es muy difícil”, me dijo, muy orgulloso.
Intercambiamos mails en noviembre por última vez, le pregunté cómo iban sus planes. Apenas lanzó el año pasado su línea de ropa y accesorios para polo, Gracida Polo, comenzó la construcción de un campo de polo en China con Jack Nicklaus –quien por primera vez diseñaría un campo de polo en lugar de uno de golf– y estaba trabajando varios proyectos.
Uno de ellos era para implementar escuelas de polo en México y otros países del mundo, “porque es caro y elitista, pero yo quiero ver más Gracidas en nuestro país”. Vivía pleno, con una novia nueva que tenía en Florida, donde vivía, y pasando cada vez más tiempo en México.
Le dedico este Principado porque se lo merece, porque no será popular como Hugo Sánchez, pero deportivamente hablando, lo supera (y decirlo para mí es difícil, soy súper futbolera y fan de Hugo). Sin pertenecer a un país con tradición de polo y sin realeza, acabó con el cuadro del polo contemporáneo.
Todavía no hay quien pueda batir su récord de ser el jugador más ganador del Abierto de Argentina, ni su hándicap glorioso, ni su estatus de favorito de los reyes de la Gran Bretaña; tal vez nadie lo celebre ni el presidente mande condolencias en Twitter, pero Gracida era grande y desde mi humildísima trinchera, escribo este pequeño homenaje.
Nos leemos la próxima semana.