Un hombre sentado a la mesa en un restaurante distinguido. El camarero se acerca con una botella de vino, sirve una copa y el cliente la huele, mostrando su aprobación con gesto de satisfacción.
¿Cuántas veces hemos visto esa escena, tanto en las películas como en la vida real? ¿Cómo reconocer un vino por su aroma? ¿A qué huelen los vinos? Una breve reseña resume la clasificación de los caldos según su variedad.
Cada una de ellas tiene un olor característico, y su aroma está determinado por los compuestos químicos que se generan durante el período de la fermentación.
Alcoholes, aldehídos, ácido y ésteres y terpentos son los responsables de ofrecer el aroma seductor de los vinos, y un aroma puede ser el resultado de más de un compuesto, actuando de forma conjunta.
Los ésteres, compuestos orgánicos derivados de ácidos orgánicos o inorgánicos oxigenados, son los principales responsables de que un vino tenga un aromas más afrutado, y en definitiva más agradable al olfato.
Éstos aromas pueden contener perfiles de madera, cuero, vainilla, frutos del bosque o cítricos, aportando un elemento fundamental a la hora de reconocer un gran caldo.
La bibliografía española reconoce, cuanto menos, unos 54 aromas, a los que ha incluido en un catálogo dividiéndolos en cinco variedades: florales, vegetales, frutales, animales y tostados.
Los aromas y sus categorías:
Florales: Acacia, violeta, miel, rosa y espino blanco.
Vegetales: Cedro, col, champiñón, canela, tomillo, pino, pimienta, pimiento verde, vainilla, clavo de olor, heno cortado y regaliz.
Frutales: Fresa, grosella, pera, limón, piña, litchi, mora, manzana, naranja, durazno, albaricoque, almendra, grosella negra, moscatel, melón, toronja, ciruela pasa y arándano.
Tostados: Pan tostado, Chocolate amargo, café, caramelo, almendra tostada y avellana tostada.
Animales: Mantequilla fresca, cuero y almizcle.