Héctor Pessoa, columnista estrella de Masaryk.tv y bon vivant, se detiene ante el establishment vinícola para declamar una oda a los vinos olvidados. Disfrútela sin moderación!
Por: Héctor Pessoa
Cada vez con más frecuencia, no en círculos de cata axiomática, sino de amantes de la vid, percibimos y compartimos cierto hartazgo por las puntuaciones Parker.
Si bien el norteamericano contribuyó de forma decisiva a equilibrar el terreno competitivo de los vinos del nuevo y viejo mundo, a presentar zonas vitivinícolas y relacionarlas con especificidad de cultivo; dígase Mendoza y Malbec, Priorat y Garnacha o El Bierzo y Mencía, y presentar éstas al mundo como descubrimientos –¡cierta osadía hubo en esto!- y, al fin y al cabo, a traer cierta independencia y frescura al otrora añejado mundo del vino, lo cierto es que el mismo anquilosamiento que el experto vino a denostar hace unos años, nos encontramos, creemos, en su posición actual.
Nos agotamos que todos los Parker 99-100 (o casi todos) sigan básicamente la misma tendencia: bébase máximo una copa, porque a la segunda la abundancia de taninos le rasurará las encías y encuéntrense notas de cata que incluyen inter alia, chocolate, tabaco, animal sudado, regaliz, en resumen, aromaticidad que agota y vinos sin frescura, casi masticables; además, escasa acidez, con lo que el vino no envejece ¿quién ha tenido el valor de probar un Priorat de esos de más de 100 euros la botella y 95+ de más de siete años y seguir vivo para contarlo? El Parkerismo, al entronizar determinadas tendencias, provoca el olvido de otras, y de éstas, de lo que el mundo Parker parece olvidarse hoy, queremos hablar en términos de reivindicación.
Así, nosotros queremos vinos elegantes, que mejoren con el tiempo, sí, insistimos, que mejoren con el tiempo y, por tanto, con el necesario equilibrio de tanino y acidez. Insistimos, sí preferimos conservar las encías tras beber más de una copa de vino, porque el vino está para disfrutarlo, no para empalagar la boca de un catador a sueldo de Parker y compañía. Si me permiten la analogía, hay anuncios publicitarios hechos para ganar concursos de publicidad, de la misma forma que hoy se fabrican vinos para seducir a Parker y sus secuaces.
Añoramos el regreso de lo floral y lo mineral frente a la especia, el caballo sudado y las frutas maduras del bosque. Queremos acidez y frescura frente a empalago constante del Parkerismo.
Desearíamos un sitio para todos, dependiendo del platillo porque, Sr. Parker, no todos los días hay lentejas con chorizo en la casa para acompañar con uno de sus 99+ y en este santo país vivimos a más de 20 grados todo el año.
Finalizaré con una recomendación, misma que nunca obtendrán de un sumiller cool con tendencias Parkeristas. Si usted está en México y desea tomar vino con comida picante, con el maravilloso pescado del país, con marisco, e incluso con tacos; si desea disfrutar de más de una copa de vino con amigos, y no tiene un plato de frijoles refritos enfrente de sí, hágame el favor de olvidarse de la garnacha del Priorat, de la mencía del Bierzo, del caldo criado en altura y en frío, Parker ad hoc, del inmasticable Catena mendocino, o del último Sirah australiano y, por el bien de sus encías, regrese a la acidez del Chablis francés, a los blancos alsacianos o al Albariño español, y, por qué no, al Torrontés, y el Verdejo; y en tintos, rememore a la tempranillo (Viña Tondonia Reserva 2001 es un ejemplo de una joya olvidada por el Parkerismo) y regrese a los vinos de pueblo borgoñés, ácidos y frescos, y al alcance de cualquiera. ¡Querido amante del vino, consuma lo que disfrute, no lo que le impongan!