Hay quienes tienen el sentido del silencio; esa es la materia prima del músico. Dejan pasar cuatro, ocho compases, y desde el mismo momento en que atacan la nota, ésta alcanza toda su plenitud. Por caso, Chet Baker. Los malos cantantes, los malos músicos, no pueden callarse la boca.
Pensemos en Beethoven, que murió en éxtasis musical aún cuando estaba sordo. Todos los malos artículos periodísticos sobre Beethoven se regodean en la genialidad de este señor alemán, que en la sordera consiguió componer algunas obras maravillosas. Esos malos artículos se preguntan con horror cómo puede un músico carecer de su sentido más importante, y aún seguir componiendo.
¿Es esto música? Sin dudas. ¿Pero se puede hacer música de este modo? Sin dudas. Pero hay que aprender a escucharla.
4’33’’ (Four, Thirty-three), famosa y controvertida obra del compositor John Cage, es el antecedente más importante. Fue compuesta en 1952 para cualquier instrumento (o para una combinación de instrumentos) y la partitura indica que el intérprete no debe ejecutar ninguna nota durante los tres movientos de la obra. Erróneamente se la percibe como cuatro minutos treinta y tres segundos de silencio, pero la obra es un estudio sobre el ruido del ambiente como elemento musical.
John Cage, sin embargo, no fue el primero ni el único. En 1897 Alphonse Allai, humorista francés, compuso su Marcha fúnebre para las exequias de un hombre sordo, cuya partitura constaba únicamente de nueve compases en blanco.
En 1919 el pianista checo Erwin Schulhoff compuso In Futurum, pieza para piano hecha solo de silencios.
También Yves Klein se dio el gusto, cuando en 1949 presentó su Sinfonía monotónica-silenciosa, obra orquestal de cuarenta minutos cuyo segundo y último movimiento consta de veinte minutos de silencio.
Esta serie plástica es otra vuelta de tuerca. Sin dudas reformula las obras anteriores, pero más importante aún es que reescribe la más vieja y desabrida pregunta: ¿qué es la música? Por suerte no intenta responderla, solo reformula el interrogante o lo reescribe o le cambia el sentido.
Esta serie de partituras están siendo ejecutadas todo el tiempo, en todos lados, con instrumentos tan poco convencionales como el sonido de pasos o el murmullo de un chisme o el runrún de motores. Cambia de acuerdo a quien las ejecute, cambia de acuerdo al lugar y al tiempo donde sean ejecutadas. No hay que dejarse engañar, aquí no existe el silencio, solo se trata de UN SILENCIO APARENTE.
Leandro de Martinelli
Abril de 2010.
Hernán Cédola, «Un Silencio Aparente»
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