Un encanto tan genuino y vivo como las memorias que resguardan sus espacios palpita en el legado de las grandes mujeres que, ayer y hoy, han hecho de Beau-Rivage Genève sinónimo de talento y poder femeninos.
A orillas del lago Lemán y con los Alpes como telón de fondo se erige este magnífico edificio en la ciudad de Ginebra, punto de reunión desde hace más de un siglo de algunas de las mujeres que han escrito la historia y convertido a Beau-Rivage en su hogar. Destino predilecto de celebridades, diseñadoras, escritoras, aristócratas y herederas de las familias nobles más acaudaladas de Europa, este hotel atesora tantas leyendas y fuerza inspiradora que, como no podía ser de otro modo, se ha consolidado como el destino predilecto de las mujeres.
CHERCHEZ LA FEMME!
Beau-Rivage Genève no deja indiferente a nadie, menos aun a quienes aprecian al arte de la hospitalidad que, en este lugar fundado por Jean-Jacques Mayer, adquiere dimensiones solo equiparables a su personalidad: la impronta de cada residente se expresa en todos los rincones. Fue aquí donde Eleanor Roosevelt se hospedó para reflexionar en silencio y redactar uno de sus legados más importantes: la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Tiempo después, los muros del proverbial hotel recibirían el legado de otra mujer excepcional: Wallis Simpson. En 1987 Sotheby’s organizó en la planta baja una subasta de las joyas de la Duquesa de Windsor, un lote de 214 piezas que alcanzó el precio récord de 31 millones de libras, siete veces más que su estimación de preventa. Desde aquel entonces, la venta de joyería y arte delinean el perfil de Beau-Rivage, hecho que ha propiciado que por el hotel hayan pasado algunas de las alhajas más impresionantes del mundo.
LA ÚLTIMA GRAN EMPERATRIZ
El 10 de septiembre de 1898, la Emperatriz Isabel de Baviera, habitualmente conocida como Sissi, se levantó muy temprano. A petición expresa, su desayuno fue servido con una selección de rollos de todas las formas y variedades, después de lo cual hizo una visita a la tienda de música de Baler, en la rue Bonivard, donde compró un hermoso tocadiscos y varios rollos de música, de los que dijo: “Al Emperador y a los niños les gustarán”.
Eligió Suiza, país que visitaba con regularidad, para invertir sus riquezas. A menudo se alojaba cerca de Montreux y le gustaba pasear por las montañas. Aunque muchos visitantes famosos eran objeto de cotilleos en los periódicos locales, Sissi prefería mantener el anonimato cuando visitaba Ginebra, ciudad de la que se había prendado.
Viajar se había convertido en su revulsivo durante las horas bajas y cuando deseaba escapar de Viena y de la Corte. Beau-Rivage fue su última morada, a donde la trasladaron agonizante tras un apuñalamiento a traición. Envuelta en un abrigo negro de plumas y astracán creado por Charles Frederick Worth, ceñido a aquella diminuta cintura esculpida a base de rigurosas dietas, sus últimas horas las pasó en la misma habitación donde había dormido la noche anterior.
El equipo de conservación histórica del hotel exhibe varias de las pertenencias de la ilustre huésped en las vitrinas de la primera planta. Y así, entre aparadores, se encuentran guantes, tocados e incluso correspondencia personal de la emperatriz que fue popularizada por la actriz Romy Schneider, otra de las célebres clientas del hotel, junto a Grace Kelly, Marlene Dietrich y Angelina Jolie, entre otras.
Decorada con preciosos recuerdos y muebles de época, la Suite Sissi es testigo del pasado y una suerte de máquina del tiempo que transporta a los huéspedes a los gloriosos tiempos de la emperatriz que eligió Beau-Rivage como su pied-á-terre ginebrino y participó en la sublimación de su leyenda.
ALBERTINE’S: UN TRIBUTO DE AMOR
En 1855, Jean-Jacques Mayer y su prometida Albertine Straub abandonaron su natal Alemania, aún en conflicto con sus fronteras, y emigraron a Suiza. La demolición de las antiguas fortificaciones permitía el crecimiento de la nueva ciudad y, al más puro estilo pionero, la pareja se dirigió a Ginebra, una ciudad en auge donde abundan las oportunidades.
A principios del siglo XX, el Beau-Rivage albergaba una sala de lectura y un estudio donde los huéspedes podían escribir cartas; ahora, es el icónico bar del hotel, que lleva el nombre de la pionera fundadora, Albertine, y fue aquí donde el artista d’Iney pintó los elegantes paneles Luis XVI que, desafortunadamente, ya no existen.
Cuando cae la noche y se respira un ambiente mágico, Albertine’s ofrece el máximo confort y tranquilidad para los huéspedes y visitantes, quienes pueden charlar y disfrutar de la más selecta carta de vinos, destilados y cócteles de autor.
EL LENGUAJE DE LAS FLORES
Fue el poeta y diplomático francés Paul Claudel quien dijo: “Una flor no dura mucho, pero la alegría que brinda durante un minuto es una de esas cosas que no tienen ni principio ni fin”. Bajo esta misma línea de pensamiento, Karel, la florista de Beau-Rivage Genève, crea arreglos de tan exquisita factura que suelen considerarse propuestas artísticas que, si bien resultan efímeras, permanecen en la memoria de los huéspedes, quienes asocian la sensibilidad de esta creadora con la impronta estilística del hotel.
Sus propuestas son un reflejo de las estaciones y aportan una sensación de equilibrio y elegancia. “Las flores inspiran, dan placer y transmiten emociones. Aquí son las reinas de su reino”, señala Karel, quien da rienda suelta a su talento y creatividad, renovando sus arreglos con el paso de las semanas y diseñando otros a petición.
Beau-Rivage hechiza los sentidos y las flores –con su belleza indulgente o discreta, audaz o reservada– han sido y continúan siendo la más delicada tarjeta de presentación de un hotel que pertenece a ese exclusivo conjunto de lugares que cuentan historias destinadas a fascinarnos hoy, mañana y siempre.