Un monumento a la arquitectura se encuentra entre el Tiergarten y el zoológico de Berlín y desde la tranquilidad rinde homenaje al arte, la belleza y la elegancia. El hotel Das Stue demuestra el patrimonio de Berlín, fusionando las corrientes arquitectónicas que han diseñado e influenciado el desarrollo de la ciudad desde hace mas de 775 años.
Pocos lugares pueden efectivamente reflejar su historia en sus elementos cotidianos, convertidos monumentos, como lo hace Berlín. Empezando con la isla de los museos y acabando en los barrios modernos, la riqueza cultural de la ciudad se proyecta tanto en los edificios de la escuela clásica hasta en los rascacielos más altos.
Caminando (no hay mejor manera para conocer una ciudad), nos sobrepasan unas fachadas influenciadas del movimiento y crecimiento industrial. A la vuelta están los barrios desarrollados en la época comunista y aquellos construidos después de la reunificación. Berlín se ha convertido en la cuna para toda generación y nacionalidad – lugar donde todo puede nacer y crecer, respetando la belleza de lo antiguo.
Así nos recibe el hotel Das Stue, con su icónica fachada curva. Construido en 1930 pero remodelado recientemente, en esta esquina de la ciudad se encuentra lo mejor de cada época – unificados por la elegancia de cada elemento. En sus fundaciones resalta el movimiento clásico, con decoraciones minimalistas modernistas. Sensible al patrimonio artístico de su ciudad, Das Stue ofrece una exhibición fotográfica excepcional. Se llama la Colección Aurora, desarrollada por fotógrafos como Horst y Horvat.
Enmarcadas y en blanco y negro, las fotos abarcan un siglo e inmortalizan los cambios de la moda a través de los años. Los elementos decorativos mas contemporáneos se le acreditan a Patricia Urquiola, diseñadora enfocada en los colores, la textura y el uso del espacio. Mismos detalles que se ven a primera vista.
Aunque el hotel es amplio en tamaño, cuenta sólo 78 habitaciones, cada una diseñada según la mejor utilización de la luz y del espacio. Las superficies pulidas se deslizan con la vista, las fabricas son ricas y coloridas, los techos altos, los pisos cálidos, el ambiente sobrio y la sensación de haberse transportado a un universo donde todo se considera en función de lo estético, lo sencillo y lo elegante. Mi cuarto en específico tenía ventanas de piso a techo, con una vista hacia el Tiergarten que parecía haberse mandado a hacer, resultando en dilemas internos al no saber si debería salir a explorar la ciudad – o quedarme y disfrutar del hotel.
La dedicación a la comodidad y la atención al huésped se empieza a sentir en el desayuno. Un buffet preparado por chef tres estrellas, Paco Pérez, deleita el apetito con tortilla de patatas, pan dulce recién horneado, quesos y mermeladas acompañantes, cortes fríos, entre otras cosas. Para el café está la terraza, lugar muy a gusto incluso para solamente respirar del aire puro. Para un lunch informal está el Casual, también de Paco Pérez.
Pero la joya gastronómica del hotel es el Cinco, con platillos reconocidos por la comunidad internacional. Das Stue también se empeña en el bienestar interno de sus huéspedes, por lo que cuenta con un spa, una alberca interior, un sauna y un gimnasio.
Si algo descubrí durante mi estancia, es que en verdad el detalle no puede fallar. Solamente entrar al hotel para admirar la belleza arquitectónica y decorativa vale la pena; utilizarlo como museo por sus obras de arte y fotografías. Sentarse por una copa disfrutando de la vista, consentir el paladar en el restaurante o el cuerpo en el spa tampoco va de menos. Pero ya haciendo el viaje hasta allá, lo mejor es quedarse y tener la experiencia completa Das Stue.