En este Principado intenté hacer plan de Holy Week pero no fue posible, todo estaba lleno, y como las multitudes sólo las tolero en conciertos o en partido de Copa del Mundo (Cero me voy a meter con la porra Plus al palomar de los Pumas, de qué me hablan), solamente pienso salir a un par de lugares que les pienso recomendar, por su bien, si es que no se fueron a Vail, o de perdida a Valle, Acapulco o Cuernavaca.
Es más, como pocos me leerán, diré sin reparo que la verdad que odio la Semana Santa… Desde que me acuerdo me ha dado cierto kiki. Mi parte favorita era la de ir a buscar a mi jardín huevitos de Pascua enchocolatados. Lo sigue siendo.
Ya que lo traigo a cuento, la culpa la tenían las señoras del catecismo que daban la clase frente a un enorme Cristo crucificado en la iglesia de San Jerónimo, donde hice mi Primera Comunión. Me daba pánico, y cuando les explicaba mi desasosiego, me contestaban,: “Pero es Cristo nuestro señor, que murió por ti”. Ahhhhhhh. “¿Y yo qué hice?”. Total, es hora en la que no tengo un crucifijo en mi recámara.
(Posiblemente, de este recuerdo traumático haya nacido mi deseo de ser escritora infantil: ¡no les digan esas sandeces a los niños! Somos tontos y necesitamos eufemismos y explicaciones precisas, aysh).
Ahora, la culpa en realidad, es de mi madre, porque con tiernos 5 años me mandó a la catequesis junto a mi hermana, quien ya tenía 7, porque como toda madre después del segundo chamaco, ya le daba flojera hacer las cosas por separado (y por eso yo sólo tengo un álbum del bebé, contra los dos de mi hermana, grrrr). La Holy Week mi primer traumita.
Vicisitudes propias de la vacación Mayor
De adolescente la cosa no mejoró; sólo deseaba que llegara la Semana Santa para no ir al colegio, pero por ahí de 1989 lo pasé fatal porque le presté un libro a una amiguita, y cuando me lo devolvió el día antes de la vacación, el libro estaba todo roto y muy maltratado (ahí aprendí que los libros no se prestan), así que ansiaba volver a la escuela para sorrajárselo en la cabeza y exigirle que me comprara uno nuevo… Nunca lo hizo. Bitch.
En mis veintes, en Madrid, nunca había nada qué hacer, todo estaba cerrado y no quedaba nadie en la ciudad. Una vez, había partido de futbol, jugaba el Real Madrid contra el Racing de Santander, pero cuando me disponía a ir hacia el Bernabéu vi de cerca como un ladronzuelo se bajó de un Golf maltrecho a arrebatarle el bolso a una señora que caminaba en la acera de enfrente.
Corrí hacia mi depa y no volví a salir. Escuché el partido por la radio (Telemadrid nunca daba los partidos de local para obligar a los madrileños a ir al estadio) y decidí que la próxima vacación de Semana Santa no me iba a volver a ver en la ciudad.
Lo cumplí y acabé en El Saler, Valencia, con mi prima y sus especialísimos papás que nos traían como niñas chiquitas. No supe qué era peor, si el ladronzuelo o la tía regañándome porque había pelusas en mi cama.
Trabaje en vacaciones…
Ya mayorcita, cuando escribía en Día Siete, el editor a cargo siempre tenía el tino de encargar textos una semana antes de la llamada Semana Mayor, que además, requerían investigación de campo, declaraciones y otro tipo de datos que no eran posibles resolver desde el escritorio. Obviamente, me apañaba la vacación y no podía conseguir nada porque nadie me pelaba. ¿Lo peor? La entrega era para el lunes siguiente.
Las pocas veces que salí de la ciudad odié el tráfico carretero (¡vivo en el D.F., ¿por qué me iría a meter al tráfico de Acapulco?), las largas filas de los aeropuertos y los cierres de los vuelos porque sobrevendieron (problemas de quinto mundo). Después aprendí que si no sales en avión privado, mejor ni vayas… Jejeje. Aprendí, en serio, a encerrarme en mi casa.
Todas estas anécdotas sin importancia, aunadas a las noticias con los cientos de accidentes que acontecen en las carreteras, hicieron que la Semana Santa se convirtiera en mi semana del horror, la del gafe, la del jinx, la del espanto y la pereza.
La ciudad “vacía”
Fue así como llegó a mi vida esa curiosidad típica del que “sale a aprovechar su ciudad en vacaciones”. Wrong! Wrong! Wrong!, diría Lemony Snickett… Sí, está medio vacía, pero el turismo nacional también llena los museos y los puntos de interés. O sea, es igual que la fila del aeropuerto.
Los cines y los centros comerciales se ponen tan imposibles como los aeropuertos y los museos, y como nadie quiere acabar viendo Ben-Hur por enésima ocasión, y además, doblada, o Jesucristo 70 con Carlos Piñar, con el pelo pintado de rubio, by the way, me di a la tarea de encontrar solución a mis pesares… La encontré.
El acierto del Festival del Centro Histórico
Bajo la idea de volver a la Ciudad de México un destino vacacional, el nuevo Director del Festival del Centro Histórico, Sergio Vela, decidió hacer el evento durante Semana Santa, “no fue azaroso, fue un movimiento planeado y bien pensado, con la idea de aprovechar al turismo que viene y a la gente que se queda y que no quiere o no sabe qué hacer”. Como yo, básicamente.
Vela me dijo en una conversación que uno de los errores más grandes que cometían los organizadores de cualquier evento o festival, era justamente ese, creer que las personas no aprovechan el tiempo libre que les deja esta semana católica.
Efectivamente, el único momento en el que te enfrentas a no tener nada qué hacer, excepto Netflixear, Feisbukear, o echarte en tu cama, son las premisas que Vela utilizó para atraer a los ociosos al festival. Por ejemplo… este finde, el Cabaret Brisse-Jour se presenta en el Teatro de la Ciudad. Si no es este finde, no los veré nunca.
¡Soy una privilegiada! ¡No tendré que sufrir en el tráfico, terminar mi trabajo a tiempo y ver a quién someto para ir! Siempre habrá un ocioso que nada tenga que hacer en semana vacacional. Y un ocio privilegiado, porque el contenido del festival “es cualitativo, no cuantitativo”, o sea, es más chic que en años anteriores.
La diferencia entre el festival y los museos permanentes, es que no es un punto de referencia, no se trata del Museo de Antropología, al que todos quieren ir. Se trata de acudir a una oferta interesante y diferentes sin hacer fila de tortillería en miércoles de plaza. Me parece muy selecto el programa.
A diferencia del Cervantino, que Vela dirigió por siete años, es que no afecta a toda la ciudad. Claro, ¿quién quiere ver tunos y borrachos regados por todo el D.F.? Nadie. Por eso aplaudo la iniciativa de Vela, y por eso creo que ofrecernos a los pobres que nos quedamos (denle el sentido que quieran, yo soy un pobre venadito que habita en la serranía con pánico supersticioso a la Semana Santa) una opción cultural inteligente.
Si tomamos en cuenta que comenzó desde la semana pasada y termina la siguiente, es un buen experimento. Entren a www.festival.org.mx y consulten cartelera, o miren las recomendaciones que Fer Pérez hizo para este finde, aquí, en Masaryk.tv.
Claro que bien podríamos aprovechar esos días para hacer lo que nunca hacemos (yo podría ponerme a escribir los guiones que no he terminado en años, corregir alguno de mis cuentos urgidos de reescritura) o hacer la esperada limpia en la habitación o el estudio (o la bodega que tenemos por estudio), donde ya no recordamos qué tenemos (o encontramos el collar que se robó nuestra ex amiga, según nosotros en nuestra mente)
Me pregunto también si soy la única persona que le tiene kiki a la Semana Santa. ¿Algún huevito de Sanborn’s los hace sentir mejor? A mí sí.
El Altar de Dolores
Ahora que si quieren celebrar como dios manda, ¿qué hacen aquí leyendo esta columna? Deberían estar en San Luis Potosí celebrando las cofradías (son todo un espectáculo, no es broma), o visitando el Altar de Dolores en el Museo del Virreintato del Carmen, en San Ángel, donde hacen uno de los poquísimos altares que prevalecen en México. También presentan uno hermoso en el Museo Dolores Olmedo.
En mi experiencia, el de San Ángel tiene menos gente y la fila no es horrorosa…insisto.
El remate: Central do Brazil
Eso les puede servir como pretexto para comer por la zona. No se agüiten, sí hay restaurantes abiertos (a propósito de agüitarse, me acordé en el contexto de una frase que dicen los religiosos y que me parece muy linda: “después de un viernes santo, siempre hay un sábado de gloria”, meaning, que luego de la tempestad llega la calma) y para ello les tengo una muy buena recomendación.
Se trata del nuevo restaurante Central do Brazil, en Avenida de la Paz, que antes era el Monkeys, y que pertenece también a Javier Díaz. No va únicamente de espadas brasileñas; también hay hamburguesas, pastas, pescados y hasta paellas.
Estuve en la inauguración y disfruté muchísimo las espadas de rib eye y roast beef; se las recomiendo muchísimo, porque tienen un gran sabor y es carne de muy buena calidad, Llegué a casa a dormir como un bebé y eso que me aterricé también una paella. La carta de vinos ofrece de todos los estilos, pero especialmente etiquetas sudamericanas, para seguir con el concepto.
Este cambio le da nuevos bríos a la calle, que, como siempre me quejo, no tiene variedad. Está bueno y tiene mucha ondita. Cuenta con terraza para fumadores y valet parking. Vayan, beban y coman, si lo hizo Jesús, que no lo hagamos nosotros, simples mortales y pecadores.
Ya en serio, un abrazo a todos los católicos que celebran con devoción la Semana Santa. A los demás gorrones del acontecimiento vacacional, disfruten su agenda.
¡Nos leemos la próxima semana!
Mi Twitter: @elprincipado