El Festival de Salzburgo figura entre los festivales de música clásica más prestigiosos del mundo y ha contribuido notablemente a que la ciudad de Salzburgo se conozca en todo el mundo.
Desde su primera edición, el Festival ha contado siempre con la colaboración de artistas internacionales y se ha caracterizado por la extraordinaria calidad de sus programas musicales, donde se combinan la tradición con las tendencias más modernas y actuales.
El Festival de Salzburgo presenta este verano cuatro nuevas producciones. Las dos estelares, en la Grosses Festspielhaus, están dedicadas a un oratorio de Haendel escenificado y a una ópera francesa de Rossini.
Ni Haendel ni Rossini son autores habituales del festival. Theodora está interpretada por la excelente Orquesta Barroca de Friburgo, con la batuta ilusionada y enérgica de Ivor Bolton. No es la sala ideal para este tipo de música, por mucho que cuente el reparto vocal con una artista tan sensible como Christine Schäfer y un contratenor tan distinguido como Bejun Mehta. El director de escena Christof Loy hace del oratorio un ejercicio de estilo muy particular, que, en su intención de raro ritual cotidiano y casi coreográfico, dispersa más la atención que favorece la concentración en la maravillosa música de Haendel. El resultado artístico es, al menos, distante.
También de ejercicio de estilo se puede calificar la puesta en escena de Jürgen Flimm para Moise et Pharaon, de Rossini. Es estática, gris, poco inspirada. No favorece la comprensión de la obra. Pero a la batuta está Riccardo Muti, al frente de la Filarmónica de Viena, y con él, con ellos, el glamour está garantizado.